Me quedé quieto. Algo ardía como una herida en mi memoria. La naturaleza, al parecer, se desvanecía en su aliento.
Cada año, el 5 de junio (Día Mundial del Medio Ambiente), los periódicos, las redes sociales y las campañas de comunicación se unen para hacer un llamado a la acción. La gente se une para ahorrar electricidad, limitar el uso de bolsas de plástico y plantar más árboles.
Pero luego, después de unos días, todo se olvida, como si fuera un simple gesto pasajero. La naturaleza no necesita promesas vacías, sino amor verdadero, proveniente de un corazón que sabe escuchar y de una mano que sabe preservar.
Recuerdo a mi abuela de antaño: una mujer campestre que dedicó toda su vida al trabajo del campo y la cocina. No estudiaba mucho, pero vivía en armonía con la naturaleza de una forma muy instintiva y bondadosa. Nunca talaba árboles cuando eran jóvenes, no quemaba basura durante las sequías ni vertía agua sucia en las zanjas. Al cocinar arroz en una estufa de leña, recogía meticulosamente cada rama seca y recogía las hojas caídas para hacer fuego. Una vez le pregunté por qué no talaba algunos árboles para usarlos más tarde, y simplemente sonrió con dulzura: «Si el árbol sigue vivo, déjalo vivir, hija mía. Si vivimos con amor por la tierra, el cielo nos amará a cambio».
En aquel entonces, me reía entre dientes, pensando que creía en cuentos de hadas. Pero a medida que crecí, pasando por épocas de sequía, escuchando a la gente quejarse del cielo, viendo cómo las aguas subterráneas se secaban gradualmente, me di cuenta de que no contaba cuentos de hadas; simplemente vivía según las leyes de la naturaleza: si sabes preservar, sobrevivirás; si sabes amar, serás amado.
Hoy en día, vivimos en ciudades abarrotadas, cada terreno y cada calle está asfaltada. Cada mañana, al abrir los ojos, la gente corre al trabajo, abriéndose paso entre el tráfico, a veces sin siquiera molestarse en mirar el follaje verde.
Los niños nacidos en la ciudad quizá nunca hayan olido la tierra después de la lluvia, trepado a un árbol para recoger fruta ni navegado en un barquito de papel por las aguas de la primera estación. Para ellos, la naturaleza es algo extraño, como una imagen de cuento de hadas que solo puede verse a través de la pantalla de un teléfono.
Es natural. Cuando los ríos se asfixian con desechos, cuando se talan los bosques para dar paso a fábricas, cuando el suelo se cubre de plástico y productos químicos, la naturaleza ya no tiene la vitalidad suficiente para conmover el alma humana. Pero lo que es aún más triste es que los humanos han olvidado que no son los dueños, sino solo una pequeña parte de ese ecosistema.
Cada acción que realizamos, por pequeña que sea, genera una reacción en cadena. Una práctica bolsa de plástico hoy en día puede flotar en las olas del océano y quedar atrapada en el cuello de una tortuga que intenta encontrar el camino a casa. Un encendedor arrojado a los arbustos puede incendiar un bosque entero, dejando a innumerables criaturas sin refugio. Estas acciones aparentemente inofensivas, al ser combinadas por miles de millones de personas en todo el mundo, pueden causar una crisis global.
Una vez leí en alguna parte que «No heredamos la Tierra de nuestros antepasados, sino que la tomamos prestada de nuestros hijos». Esa afirmación es como una advertencia. Tenemos derecho a usar la naturaleza, pero no a destruirla. Lo que hagamos hoy determinará el futuro de nuestros hijos: ¿vivirán bajo la sombra de los árboles o solo conocerán la naturaleza a través de los libros?
El Día Mundial del Medio Ambiente no es un día para exhibir eslóganes. Es un día para recordar, para reflexionar en silencio sobre las cosas aparentemente obvias que estamos perdiendo: el verde de las hojas, el sabor salado del mar, el sonido del viento soplando entre las rocas, el calor del sol. Es un día para empezar con las cosas más pequeñas: apagar las luces cuando no se usen, plantar un árbol frente al porche, caminar en lugar de conducir, decir no al plástico de un solo uso...
Creo que todos podemos conservar una "rama verde": un buen hábito, un gesto de bondad hacia la naturaleza. Aunque solo sea una bolsa de tela que llevas cada vez que vas al mercado, una botella de vidrio en lugar de un vaso de plástico, es algo pequeño, pero si suficientes personas lo hacen, el mundo cambiará.
En una ciudad, la gente planta árboles en los tejados. En un pueblo, los niños aprenden a compostar los residuos de la cocina. En un rincón de un pequeño mercado, la gente coloca contenedores para clasificar la basura y se enseñan mutuamente a reciclar. Esas pequeñas semillas, aparentemente solitarias, son la esperanza del futuro. La Tierra no necesita héroes, solo necesita personas conscientes.
Pienso en mi abuela, quien vivió toda su vida en silencio, pero me dejó una profunda lección sobre la conexión con la naturaleza. No necesitó que nadie la llamara a actuar. Porque en su corazón, la tierra y el cielo eran su propia sangre. Y entiendo que amar la naturaleza no es una responsabilidad, sino parte de nuestra naturaleza, un sentimiento sagrado que todos llevamos dentro.
Si un día te sientes demasiado cansado, ve al campo temprano por la mañana, escucha el canto de los pájaros, toca las hojas, huele la hierba fresca. La naturaleza te sanará. Pero solo si sabemos cómo preservarla.
Conservemos una rama verde para la Madre Tierra, no para vivir más, sino para vivir con más bondad. Un día, cuando nuestros hijos y nietos nos pregunten: "¿Qué hiciste para preservar esta Tierra?", podremos sonreír y responder: "No le diste la espalda a la naturaleza".
LAN DUC
Fuente: https://baoapbac.vn/van-hoa-nghe-thuat/202506/giu-cho-dat-me-mot-nhanh-xanh-1044573/
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