Hay tardes al final del año, cuando la brisa fresca atraviesa las hojas, que recuerdo los brazos que me han protegido en cada etapa de mi vida. Son los brazos de mi madre, mi padre, mis amigos cercanos, e incluso los brazos de personas que solo conocí una vez, pero que dejaron una huella imborrable. Cada brazo es como un recordatorio, un consuelo, un apoyo silencioso que me hace saber que nunca he tenido que afrontar todo sola.
Ilustración |
De pequeña, solía seguir a mi madre, sintiendo cómo sus brazos me apretaban cada vez que hacía frío. Siempre le preocupaba que me resfriara o tosiera; el gélido invierno del norte probablemente era un recuerdo indeleble en su memoria. Los brazos de mi madre no solo eran una protección física, sino también un recordatorio de los días sencillos y tranquilos de mi infancia, de la infinita tolerancia que mi madre tenía conmigo. A veces, cuando me portaba mal y me regañaban, solo necesitaba que mi madre me abrazara y toda mi ira y tristeza desaparecían. Mi madre era así, no me dejaba ni un paso cuando sabía que la necesitaba. En cuanto a mi padre, no solía abrazarme, pero cada vez que me ponía la mano en el hombro, sentía una silenciosa protección. Mi padre era callado, pero sus suaves pero decididas palmaditas en el hombro siempre me infundían una fuerte confianza. Es la confianza de que por más difícil que sea, mi Padre siempre está dispuesto a ser un muro que me sostenga, para que yo pueda caminar libremente, tropezar libremente y saber que siempre habrá brazos dispuestos a levantarme.
Al crecer, me alejé de mi familia y, desde entonces, el abrazo de mis amigos se convirtió en una parte importante de mi vida. Recuerdo las noches deambulando por la ciudad, charlando con amigos mientras tomábamos café a medianoche. Fue entonces cuando surgieron otros abrazos: abrazos fugaces para consolarme cuando experimenté mi primer fracaso, palmaditas en el hombro cuando estaba cansado y cálidos apretones de manos cuando me enfrenté a la soledad en un país extranjero. Los amigos se convirtieron en mi segunda familia, con los brazos siempre abiertos cuando los necesitaba, recordándome que, sin importar dónde estuviera, nunca estaba realmente solo.
Una tarde de invierno de aquel año, me encontré con alguien. En medio del lago Xuan Huong, bañado por la luz del atardecer, sus brazos eran como un lugar de descanso extraño pero increíblemente cálido. A diferencia de los brazos de mi madre o de mis amigos, este brazo transmitía una sensación muy diferente: una mezcla de amor y protección. Había comprensión, confianza, un lugar donde apoyarme, sin necesidad de ser fuerte, sin necesidad de esconderme. Quizás esa fue la primera vez que sentí un brazo que me traía paz sin motivo. Juntos vivimos muchos momentos hermosos: tardes de ensueño junto al lago, noches de insomnio charlando y abrazos silenciosos y reconfortantes. Aunque ya no estamos juntos, ese brazo sigue siendo un recuerdo de paz que atesoro. Me recuerda mi brillante juventud, las emociones más sinceras que he experimentado. Entiendo que esos brazos, aunque solo estuvieron presentes por un corto tiempo, me ayudaron a crecer y me enseñaron el significado de la protección en el amor.
En mi camino por la vida, hay momentos en los que me convierto en protectora de quienes me rodean. A veces es un abrazo para un amigo que está sufriendo una ruptura amorosa, un apretón de manos para un hermano menor que teme el futuro, o un abrazo tierno para mí misma cuando sé que necesito ser más tolerante conmigo misma. Esos abrazos, sin alboroto, sin palabras, solo un abrazo sincero para transmitir consuelo y confianza.
La vida está llena de altibajos, y a veces me doy cuenta de que la protección no siempre viene de personas conocidas. A veces, es un abrazo de un desconocido, una palabra de aliento, pero suficiente para reconfortar el corazón. Una vez, conocí a una niña que me tomó la mano cuando me vio triste. Ese apretón de manos tan puro parecía transmitir una fuerza especial, haciéndome sentir de nuevo bien. Entiendo que la protección no siempre viene de brazos fuertes, pero a veces es solo un pequeño gesto de un corazón compasivo.
Cada día aprecio más los abrazos que he recibido y no dudo en dar los míos. Cada abrazo, cada caricia, tiene su propio significado. Y aprendo a recordarlos, para que al recordarlos, mi corazón se ablande, me sienta amado y listo para amar de nuevo.
[anuncio_2]
Fuente: http://baolamdong.vn/van-hoa-nghe-thuat/202411/di-qua-nhung-vong-tay-am-b3f3252/
Kommentar (0)