Cuando hablo de profesores, siempre siento una mezcla de calidez y emoción en el corazón. La palabra "profesores" parece sencilla, pero encierra un profundo significado. No son de nuestra familia, pero nos quieren y nos cuidan como si fuéramos sus segundos padres. También ellos se desvelan y se levantan temprano, también están ocupados con muchas preocupaciones, también esperan con ilusión cada paso que dan sus alumnos hacia la madurez. De jóvenes, rara vez nos damos cuenta de ese silencio, pero al crecer, comprendemos: hay personas que han dedicado su juventud a acompañar a la juventud de otros.
Aún recuerdo con claridad la imagen de mi maestra de primer grado. Sus manos eran delgadas, pero siempre cálidas. Con paciencia, me tomaba la mano, escribía cada trazo con cuidado, sonriendo y diciendo: «Despacio pero seguro, hijo mío». Corregía cada uno de nuestros trabajos con increíble meticulosidad. Cuando un alumno cometía un error, nunca decía nada duro; simplemente se sentaba suavemente a mi lado, señalaba cada pequeño error y daba una breve explicación. Incluso ahora, cada vez que tomo un bolígrafo para escribir, la recuerdo inclinada bajo la luz amarilla, corrigiendo con paciencia cada uno de los ejercicios de la clase.
Luego, en la secundaria, conocí a un profesor increíblemente paciente. No solo impartía clases, sino que también nos inculcó pasión y curiosidad por el conocimiento. Había clases en las que toda la clase guardaba silencio porque no entendíamos, pero el profesor explicaba cada idea con calma, dando ejemplos. Al terminar la clase, se acercaba a cada alumno y les preguntaba: "¿Entendieron?". En ese momento, a veces solo podíamos asentir, pero después comprendimos que eran clases impartidas con todo nuestro corazón.
Durante las estresantes épocas de exámenes, los profesores fueron nuestro apoyo invisible. Cuando toda la clase estaba cansada y estresada hasta el punto de no tener energía para estudiar, el profesor dejaba la tiza, sonreía y animaba: «Descansen un poco, respiren hondo y luego continúen». Pacientemente iba de mesa en mesa, preguntando, animando y recordando a cada alumno. Esos sencillos gestos, en aquel momento parecían insignificantes, pero ahora, en retrospectiva, vemos que eran el amor silencioso que los profesores sentían por cada paso de nuestro crecimiento.
Los profesores también son los primeros en enseñarnos cosas que no se encuentran en los libros: cómo ser amables, cómo pedir disculpas, cómo ser agradecidos, cómo superar los errores. Recuerdo que en el instituto cometí un error que provocó que toda la clase fuera criticada. En lugar de regañarme, me llamó al final de la clase, me miró fijamente durante un buen rato y me dijo con dulzura: «La próxima vez, recuerda aprender de tus errores. Todos nos equivocamos, pero lo importante es lo que aprendes de ellos». Esa tolerancia me ha hecho más maduro y más considerado con los demás.
Ahora que terminé la escuela, cada vez que paso casualmente por las antiguas puertas, escucho el sonido del tambor o veo un ao dai blanco en el patio, se me encoge el corazón. El tiempo pasa tan rápido que ni siquiera lo notamos. Los maestros de antaño quizás tengan canas, pero el amor que sentían por generaciones de estudiantes nunca ha disminuido. Y no importa adónde vayan, qué hagan, si triunfan o fracasan, siempre he creído que: en el equipaje de cada uno, lleva consigo la sombra de un maestro.
Ha comenzado un nuevo curso escolar. En medio del ajetreo diario, quiero enviar mis más sinceros deseos a los profesores. Gracias, maestros, esos silenciosos "barqueros" que día tras día, a través de muchas épocas de sol y de viento, permiten que una generación tras otra de estudiantes llegue sana y salva a la orilla. Espero que siempre gocen de buena salud, estén a salvo y mantengan viva la pasión por su profesión. Podemos irnos lejos, podemos estar ocupados con nuestras propias decisiones, pero el legado que nos han dado los maestros —desde las sencillas lecciones hasta el amor silencioso— nos acompañará siempre.
Ha Linh
Fuente: https://baodongnai.com.vn/van-hoa/202511/nguoi-dua-do-tham-lang-7b31ab5/






Kommentar (0)