
En primer lugar, es necesario ampliar el alcance para incluir los delitos graves. En la era digital, la mayoría de los delitos —desde el blanqueo de capitales, el terrorismo, la trata de personas hasta el fraude— tienen un componente digital. Por lo tanto, esta regulación flexible ayuda a los países a responder proactivamente a los delitos de alta tecnología sin limitarse a un alcance limitado.
En segundo lugar, el mecanismo de cooperación internacional de la convención no socava la soberanía nacional, sino que fortalece la capacidad de aplicación de la ley. Toda actividad de coordinación debe cumplir con las leyes del país receptor, proporcionando al mismo tiempo a los países en desarrollo acceso a asistencia técnica, datos y capacitación especializada.
En tercer lugar, la convención sitúa los derechos humanos en su núcleo. Medidas como la preservación, la incautación o la vigilancia de datos electrónicos requieren supervisión judicial y límites claros en cuanto a su propósito, alcance y duración. Esto garantiza un equilibrio entre las necesidades de seguridad y la privacidad individual.
Además, el mecanismo de aplicación de la convención es cooperativo, no impuesto. Los países miembros evaluarán conjuntamente, compartirán experiencias y brindarán asistencia técnica, en lugar de ser controlados desde afuera. Este es un modelo adecuado para las diversas características del mundo actual.
La Convención de Hanói no es solo un documento legal, sino un compromiso político y moral global con la cooperación equitativa en el ciberespacio. Si la Convención de Budapest sentó las bases regionales, la Convención de Hanói representa un paso hacia la unidad global, donde todos los países, grandes y pequeños, tienen una voz común en la protección de la ciberseguridad y los derechos humanos.
Vietnam.vn






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