Así era yo. Una tarde sin viento, me senté a contar mis viejos sueños, los años que una vez aferré con tanta fuerza, pero el tiempo se lo llevó todo. Al otro lado del río, donde el color de la llovizna se desvanecía, ya no había nadie esperándome. El viejo camino ya no compartía una sombra, la vieja lámpara ya no tenía a nadie que la iluminara. Simplemente entendí: cuando la Impermanencia toca, todo lo que creía "mío" se vuelve tan frágil como una mota de polvo.
La vida… resulta tan corta que no estamos preparados.
Justo ayer aún nos veíamos, aún sonreíamos, aún compartíamos palabras familiares; pero hoy la respiración de alguien se ha detenido para siempre. Cada día que pasa un poco más, deja un recuerdo más largo, un vacío más profundo en mi corazón. Hay amores que nunca he tenido la oportunidad de nombrar. Hay arrepentimientos que nunca podré expresar. Todos nosotros, escondemos una herida en el corazón que el tiempo aún no ha sanado.
Tras haber vivido la mitad de mi vida, recogí los fragmentos de mi juventud como una persona perdida que retoma sus propias huellas. A veces me sentía como un viajero parado en medio del vasto cielo, sin saber dónde estaba el destino, dónde estaba su hogar. En ese momento, Vo Thuong se sentó a mi lado, en silencio, pero lo suficientemente cerca como para oír mi respiración. No me culpó, no me dio lecciones, solo susurró:
Nadie tiene una vida perfecta. Si quieres estar tranquilo, debes dejar atrás el dolor.
Esas palabras eran como un cuchillo, pero un cuchillo curativo.
Empecé a mirar el mundo con más calma. Empecé a apreciar cada sonido del tráfico en la calle, cada hoja que caía en el alero. Las pequeñas cosas que antes había olvidado se convirtieron en una prueba para saber que seguía vivo.
Entonces me di cuenta de lo más impactante:
La gente no tiene miedo de perder nada… sólo tiene miedo de no tener tiempo para decir palabras de amor.
Así que aprendí a amar de nuevo. Amar más despacio. Amar más profundamente. Amar a los demás y amarme a mí misma, a la que había aguantado tanto tiempo sin decir una palabra.
Pero aprender a amar es también aprender a soportar.
Porque nadie pasa por la vida sin romperse en algún momento. En las noches de lluvia, el viejo dolor resurge. Pensé que era señal de debilidad, pero resulta ser una lección de vida. Cada herida es una hoja de ruta. Cada lágrima es un hito que marca la madurez.
Una noche, el viento frío sopló sobre el tejado y me sentí un poco mayor. La soledad se sentó a mi lado como una vieja amiga. Solía pensar que la soledad me perseguía. No. Resultó que llevaba mucho tiempo allí, pero ahora estaba lo suficientemente tranquilo como para mirarla fijamente.
Y en un instante fugaz, me di cuenta:
La impermanencia no viene a asustarnos.
Viene a recordarnos que debemos vivir más amablemente con el resto de nuestras vidas.
Gracias a ella, estoy agradecido por las personas que han pasado por mi vida: los que se quedaron y los que se fueron. Estoy agradecido por el amor que floreció y luego se marchitó. Estoy agradecido por las pérdidas que me devastaron, porque me hicieron apreciar lo que queda.
Un día, estando con Vo Thuong, incliné la cabeza en señal de gratitud.
Gracias a la vida por dejarme amar.
Gracias tristeza por enseñarme la paciencia.
Date las gracias por no rendirte en los momentos más oscuros.
Y en algún lugar, en el silencio del atardecer púrpura, me pregunté:
“¿Cuándo seremos verdaderamente amados?”
Tal vez…cuando estemos lo suficientemente tranquilos para abrir nuestros corazones.
Tal vez… cuando aprendamos a abrazar el cambio con un corazón que ya no tenga miedo.
O tal vez…esa pregunta nunca tendrá respuesta.
Pero eso está bien.
Porque después de esa cita, aprendí a bajar el ritmo, a sonreír ante las imperfecciones. Y, sobre todo, aprendí a sostener el resto de mi vida con ambas manos, con delicadeza pero con firmeza.
Fuente: https://baophapluat.vn/mot-lan-hen-voi-vo-thuong.html










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