Mi mundo se limitaba a las páginas de los libros, a las veces que mi madre me regañaba por mis malas notas en los exámenes, a las tardes que pasaba sentada preguntándome en qué me convertiría.
Hasta que me conmovió una sonrisa muy dulce. Empecé a estudiar con más ahínco porque quería sentarme a tu lado cuando nos dividíamos en grupos de estudio. Empecé a esforzarme al máximo en cada tarea porque a menudo mirabas la tabla de calificaciones. Nadie me enseñó a cambiar. Fue ese sentimiento puro —aunque nunca lo expresé— el que despertó algo que había permanecido dormido en mí durante demasiado tiempo: la conciencia de querer superarme.
El amor estudiantil es muy breve. Pero es el primer fuego que me reconforta en los días grises, ayudándome a comprender que solo cambiando puedo seguir adelante. Fui a la universidad, empecé a trabajar, tropecé y luego maduré; todo empezó aquel día en que quise "verla un poco más".
Muchos años después, mi viejo amigo se convirtió en mi compañero de vida. En medio del ajetreo de la vida, en medio de la escasez y las dificultades, a veces discutíamos y nos cansábamos. Pero entonces nos tomábamos de la mano y seguíamos caminando. Igual que aquel año, cuando ambos éramos estudiantes, mirábamos hacia el futuro juntos. Ahora, cada vez que veo a mi hijo dormir plácidamente, le agradezco en silencio a mi primer amor de la escuela. Porque fue él quien me hizo el hombre fuerte que soy hoy.
Fuente: https://phunuvietnam.vn/cam-xuc-la-o-tuoi-hoc-tro-20250723191243663.htm






Kommentar (0)