Manifestación para tomar el poder el 19 de agosto de 1945 en la capital, Hanoi.
Han pasado 80 años desde el día en que toda la nación se alzó para tomar el control, pero el sonido heroico de la Revolución de Agosto aún resuena como un tambor en cada latido de la vida actual. No es solo un acontecimiento, sino también un símbolo inmortal de voluntad, fuerza de unidad y patriotismo que nada puede doblegar.
El 19 de agosto de 1945, las calles de Hanói se tiñeron de rojo con la bandera. La gente fluía como una cascada desde cada callejón hacia la Plaza de la Ópera. El grito de "¡Independencia! ¡Independencia!" resonaba como un temblor de tierra. Ese fue el día en que campesinos con las manos manchadas de barro, obreros con camisas raídas, intelectuales, estudiantes, mujeres, jóvenes... todos se unieron al latido de la nación. Nadie se lo dijo a nadie, pero todos lo comprendieron: este era el momento decisivo, el momento para que Vietnam se levantara tras casi un siglo de vivir en la oscuridad de la esclavitud.
No hay nada más grande que el poder de las masas cuando se guían por una convicción. Bajo la bandera del Partido Comunista de Vietnam , bajo la luz de la ideología de Ho Chi Minh, todo el pueblo se alzó, creando una revolución "rápida como un rayo, fuerte como una tormenta". En 15 días, el gobierno estaba en manos del pueblo de todo el país. Una hazaña histórica que pocas naciones han logrado.
De aquí nació la República Democrática de Vietnam, el primer estado obrero-campesino del Sudeste Asiático. Por primera vez en mil años, el pueblo vietnamita pudo alzar la cabeza y proclamarse con orgullo ciudadano de un país independiente y libre. La Revolución de Agosto inauguró una nueva era: la era del poder popular, la era de la independencia nacional asociada al socialismo.
Pero para alcanzar esa gloria, se derramó tanta sangre y huesos. Tanta gente sacrificó su juventud, sacrificó toda su vida para conservar cada bandera, cada calle, para que el levantamiento se extendiera en grandes olas. Y en ese torrente revolucionario, la Fuerza de Seguridad Pública del Pueblo estuvo presente desde el principio, silenciosa pero firme.
Ellos fueron quienes garantizaron el orden, mantuvieron la seguridad en las manifestaciones, protegieron las comunicaciones, protegieron a los cuadros revolucionarios y fueron ingeniosos en los enfrentamientos con la policía secreta y sus lacayos. Tras tomar el poder, fueron los primeros en alzarse para proteger los jóvenes logros revolucionarios, luchar contra los enemigos internos y externos y mantener la paz en el gobierno recién nacido. La Seguridad Pública Popular se convirtió en un escudo de acero, un sólido apoyo en el que el pueblo podía confiar, para que el joven gobierno pudiera mantenerse firme ante innumerables desafíos.
Durante 80 años, generaciones han continuado escribiendo esa tradición. Desde los arduos días de la guerra hasta los difíciles años del período de subsidios, e incluso en tiempos de paz actuales, la Fuerza de Seguridad Pública Popular se ha mantenido silenciosamente en la vanguardia. Son los soldados en la frontera que combaten el contrabando y previenen la delincuencia día y noche; son los soldados de la ciberseguridad que protegen con perseverancia la soberanía digital; son la policía de barrio y comuna que se dedica a mantener la paz en cada calle y cada pueblo. No solo son una fuerza que protege la ley, sino también un aliado cercano, comprometido con la vida cotidiana del pueblo.
Si la Revolución de Agosto nos dio la independencia, la Fuerza de Seguridad Pública Popular fue un elemento clave en su preservación durante los últimos 80 años. La paz que hoy tenemos —la risa de los niños en el patio de la escuela, el bullicio de las calles, las abundantes cosechas— lleva la huella y el sudor de aquel pueblo silencioso.
Hoy, el país ha entrado en la era de la integración y el desarrollo. El desafío ya no son las armas y las balas de los invasores extranjeros, sino la sofisticada infiltración de criminales y los riesgos de seguridad no tradicionales. Sin embargo, el espíritu de la Revolución de Agosto permanece intacto: con fe, solidaridad y determinación, nuestra nación superará todas las dificultades.
Al celebrar el 80.º aniversario de la Revolución de Agosto, no solo miramos al pasado para mostrar gratitud, sino que también reflexionamos sobre el presente para encontrar nuestra responsabilidad. Porque la independencia no se logra una sola vez, sino que debe preservarse y cultivarse a lo largo de cada generación. Esa responsabilidad recae no solo sobre las fuerzas policiales y militares, sino también sobre cada ciudadano: cada buen estudiante, cada trabajador dedicado, cada agricultor dedicado al campo, cada funcionario honesto... todos contribuyen a preservar los logros de la revolución.
Llega agosto, la bandera roja con la estrella amarilla ondea brillantemente por las calles. Al contemplarla, no solo vemos la sangre y los huesos de nuestros antepasados, sino también la fe y la responsabilidad de hoy. Entonces nos recordamos: debemos vivir una vida digna, trabajar y contribuir dignamente a ese otoño, el otoño que hizo historia.
La Revolución de Agosto no solo es un hito histórico, sino también un día en nuestros corazones. Un día para recordarnos que la libertad no nace de la generosidad, sino de la lucha; la paz no surge de forma natural, sino del sacrificio silencioso. Y nuestra responsabilidad hoy es prolongar ese otoño, con fe, con esfuerzo, para que el país siempre sea fuerte, para que la Patria siempre exista.
Duque Anh
Fuente: https://baolongan.vn/mua-thu-nam-ay-a200865.html
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