Y lo que siempre esperaba era el momento en que aparecía una pareja de ancianos. Siempre traían algo muy especial: una bolsita de arroz. Venían al jardín no a mirar el mar ni a tomar fotos, sino a esparcir arroz para los gorriones. Los pájaros parecían haberlos reconocido de lejos, piando y volando cerca de sus pies, recogiendo cada grano de arroz como si dieran la bienvenida a una comida familiar. Me quedé de pie, presenciando esa escena desde lejos, y sentí un calor en el corazón. Para la pareja de ancianos, eran como viejos amigos. No necesitaban entrenamiento ni llamadas, solo el amor y la regularidad necesarios, y se convertían en un vínculo sin palabras.
Cerca de donde estaban sentados, había un viejo pedestal de piedra con una pequeña depresión en la superficie, donde a menudo se acumulaba un poco de agua. Noté que cada vez que venían, le echaban agua fresca. Y milagrosamente, después de que los gorriones terminaran de comer, como siempre, bajaban a beber agua en ese mismo lugar.
Empecé a seguir su ejemplo. Al principio por curiosidad, luego se convirtió en un hábito. Ahora, cada tarde, cuando hago ejercicio, llevo una botellita de agua. Al acercarme al pedestal, vierto un poco más y me quedo quieto observando a los pajaritos disfrutar de este sencillo regalo de los humanos.
El mar sigue igual por la tarde: inmenso y apacible. Pero son las pequeñas cosas, como esa, las que hacen que el paisaje sea más vívido y emotivo que nunca...
NGUYEN THANH TAM
Fuente: https://baokhanhhoa.vn/van-hoa/sang-tac/202505/vo-chong-gia-va-bay-chim-se-b9c098a/
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