
Nunca antes la selección de cuadros culturales había sido tan importante como ahora, en el momento en que el país entra en la mayor unidad administrativa y fusión provincial desde 1975. No se trata de una simple separación y fusión geográfica, sino de un proceso de reestructuración del pensamiento de desarrollo, de reformulación del modelo organizativo y de afirmación de la identidad de cada localidad en una imagen unificada. Y la cultura, como fundamento espiritual de la nación, es el ámbito cuya misión es evitar que cada territorio y cada comunidad se disuelvan o se conviertan en anónimos en el flujo del cambio.
"Guardián de la memoria comunitaria"
Cuando se redibuja un mapa administrativo, no solo se modifican los límites geográficos, sino que también se tambalean las frágiles fronteras de la memoria, la identidad y lo sagrado en la conciencia de la comunidad. La fusión de provincias, distritos y comunas no es simplemente un acontecimiento del aparato estatal, sino una reestructuración de las percepciones y emociones profundas en el corazón de cada ciudadano. Es entonces cuando el nombre de una comuna, que se ha mantenido durante siglos, se reemplaza por uno nuevo; cuando las reliquias y festividades tradicionales pueden reconsiderarse porque ya no se encuentran en el área de gestión adecuada...
Las antiguas aldeas se fusionaron con nuevas comunas, las capitales de distrito se trasladaron a otras comunas y, junto con estas decisiones administrativas, las instituciones culturales que antaño fueron pilares de la vida comunitaria fueron desapareciendo gradualmente. Las casas culturales se fusionaron; el pequeño museo del antiguo distrito cerró a la espera de su traslado; las fiestas tradicionales se interrumpieron porque no estaba claro quién les "descentralizaría la gestión" ni quién se haría cargo del título de patrimonio. Todo esto generó una pérdida silenciosa, difícil de identificar, pero suficiente para que muchas personas sintieran que ya no pertenecían al lugar al que una vez estuvieron apegadas.
Con cada sonido del tambor de la casa comunal que ya no resuena, con cada festival de pueblo que deja de celebrarse, con cada relato histórico que ya no tiene narrador, se rompe una fuente cultural. Los valores que no se transmiten se olvidan gradualmente. Los recuerdos que no se preservan dan paso a un vacío espiritual. Una comunidad que ya no sabe de dónde viene ni quién fue tendrá dificultades para forjar un futuro claro. Ese es el mayor riesgo que puede dejar el proceso de ordenamiento administrativo, sin una perspectiva cultural.
Es en estos momentos que el papel de los cuadros culturales cobra vital importancia. No se limitan a las actividades artísticas de masas ni a la gestión de reliquias; son "guardianes de la memoria comunitaria", "guardianes del alma de la nación" y puentes entre el pasado y el futuro en un período de cambios tumultuosos.
Pero para llevar a cabo esa misión, los funcionarios culturales no pueden trabajar únicamente según mandatos, órdenes administrativas o formularios estadísticos. No pueden ser personas que solo sepan organizar actividades culturales periódicas o "completar el plan anual". Deben ser personas con una profunda cultura, amor por la comunidad, empatía por la historia y la capacidad de ver lo que otros no ven. Deben tener un corazón lo suficientemente amplio como para acoger diversas identidades y un corazón lo suficientemente apasionado como para guiar a la comunidad hacia un nuevo futuro sin perder sus raíces.
No es solo un trabajo, es un compromiso. Y ese compromiso debe ser protegido, nutrido, empoderado y honrado. No permitamos que quienes preservan el alma del pueblo queden fuera de las reuniones para reorganizar el sistema. No permitamos que se conviertan en "forasteros" en las decisiones para cambiar la localidad a la que han estado ligados toda su vida. Y no permitamos que se queden callados, presenciando en silencio cómo se pierden los valores culturales cuando deberían ser ellos quienes alcen la voz, quienes preserven, quienes abran.
Una reforma administrativa no puede ser completa si solo se centra en organizar sedes, asignar personal y demarcar fronteras. Solo cobra sentido cuando va acompañada de esfuerzos para preservar la cultura, garantizando que cada territorio, incluso si cambia de nombre, no pierda su alma, ni que cada comunidad, incluso fusionada, pierda su memoria. Y quienes pueden lograrlo, y nadie más, son los cuadros culturales, los "guardianes de la memoria del país".
La visión es elegir personas que puedan "asumir la misión blanda".
En el actual sistema administrativo, que a menudo prioriza áreas fáciles de medir con cifras como la economía , la inversión y las finanzas, la cultura suele relegarse a un segundo plano y etiquetarse como un "campo vulnerable". Sin embargo, al ser un "campo vulnerable", posee un poder perdurable que permea e influye profundamente en la mentalidad de desarrollo de un país, una comunidad y una nación. Como afirmó el Secretario General To Lam: "Para desarrollarnos, para lograr un avance significativo, no solo podemos reformar las instituciones y cambiar los modelos organizativos, sino, aún más importante, debemos cambiar la mentalidad —la mentalidad de liderazgo, la mentalidad de gestión, la mentalidad sobre la participación de las personas—, especialmente en áreas que afectan al alma y al núcleo de la nación, como la cultura".

Los funcionarios culturales en el período de reestructuración no son solo "implementadores de políticas", sino también "cocreadores de valor". Necesitan pensamiento proactivo, visión abierta, buenas habilidades de comunicación comunitaria y, sobre todo, un profundo amor por la identidad local. No se dedican a la cultura solo para tener "productos" o "datos", sino para inspirar orgullo, fortalecer la identidad y preservar el alma de su tierra natal, aunque esta tenga ahora un nuevo nombre.
Pero para seleccionar a estas personas, es imposible basarse únicamente en el historial de los funcionarios, los años de servicio o incluso en buenos títulos. Se requiere una mirada más profunda y de mayor alcance: considerar la personalidad, el compromiso y la capacidad de impulsar la cultura en entornos donde muchos otros solo ven la rigidez del mecanismo. Debe existir un mecanismo de selección abierto, una evaluación flexible, un reconocimiento oportuno y la creación de condiciones para promover la capacidad real. Como bien indicó el Secretario General To Lam : «Debemos renovar el pensamiento y perfeccionar los mecanismos y políticas para descubrir, atraer y promover el talento, especialmente en sectores y campos estratégicos clave». En este sentido, la cultura, como infraestructura blanda para el desarrollo sostenible, debe establecerse como una verdadera posición estratégica y no puede ser siempre la «última incorporación» en la estructura organizativa.
Proteger y alentar a quienes se atreven a pensar y se atreven a hacer.
De hecho, muchos grupos culturales de base han tenido iniciativas muy loables. Algunos se han encargado de organizar la recopilación de la historia local basándose en las nuevas fronteras, intentando incorporar las historias de las comunidades recién fusionadas para formar una identidad común sin opacar la suya propia. Otros han propuesto proactivamente conservar el nombre de la antigua aldea como símbolo cultural en las nuevas calles y barrios, para que el antiguo nombre no desaparezca de la memoria de la gente.
Algunos funcionarios incluso han propuesto con audacia la creación de centros culturales interregionales: lugares que no solo exhiban artefactos, sino que también sirvan como espacios para la narración, la representación, el aprendizaje y la conexión del patrimonio entre regiones que antes eran capitales de distrito independientes. Algunas localidades han convertido así tierras que parecían estar a punto de caer en el olvido en nuevas marcas de turismo cultural, atrayendo a visitantes con la misma identidad que antaño se consideraba "antigua".
Sin embargo, muchos de ellos también se enfrentan a barreras invisibles: barreras de pensamiento administrativo rígido, de procesos complejos, de miradas cautelosas. Estas iniciativas comunitarias a veces se archivan, se retrasan o incluso se descartan por temor a "pasar la línea", porque no se ajustan al "plan anual". Algunas personas, a pesar de su entusiasmo, finalmente optan por el silencio o abandonan el sector porque sienten que ya no hay espacio para la creatividad ni la contribución.
Por lo tanto, cuando el Secretario General To Lam afirmó: "Alentar y proteger a los cuadros dinámicos y creativos que se atreven a pensar, actuar y asumir la responsabilidad compartida", no se trataba solo de un estímulo espiritual. Era una orden política, una orientación protectora para quienes mantienen la vitalidad del país en el proceso de reconstrucción del aparato.
Necesitamos un mecanismo de evaluación específico para los funcionarios culturales; no puede basarse únicamente en el número de eventos organizados ni en el número de documentos firmados y emitidos. Los valores culturales no se miden con indicadores administrativos. Deben medirse por el resurgimiento de un festival, por el orgullo que sienten las personas al ver que se respeta su cultura, por la capacidad de reavivar el espíritu comunitario en lugares que parecían estar en ruinas tras la fusión.
También se necesita una hoja de ruta clara para el desarrollo profesional del personal cultural; no se les puede dejar atrás para siempre, "apoyando a otros sectores". Es necesario contar con prestaciones especiales, políticas salariales razonables y programas de reciclaje profesional tras la fusión para que no se sientan perdidos ni desorientados en el nuevo sistema. Y, lo más importante, debe existir un mecanismo para proteger las iniciativas culturales: no se debe permitir que la creatividad genuina se vea sofocada solo por el miedo a errores de procedimiento.
Una elección histórica
La selección de cuadros culturales durante el período de fusión y reestructuración de las unidades administrativas no es simplemente una decisión de personal ni un paso en el proceso de organización del aparato. Es verdaderamente un "examen de selección cultural" de trascendencia histórica: una selección de personas para asumir la misión de preservar el alma nacional en un período en el que el país avanza con fuerza hacia la innovación, la modernización y la integración.
En este torbellino de reestructuración, el responsable cultural, aparentemente insignificante, es quien tiene la clave de la sostenibilidad. Elegir un responsable cultural no se trata solo de firmar documentos, organizar actividades del movimiento o lanzar concursos, sino de elegir a una persona que sepa contar historias: la historia de la tierra, de la gente, del patrimonio; elegir a una persona que sepa escuchar: escuchar los ecos de los ancestros y las voces silenciosas en el corazón de la gente; elegir a una persona que sepa evocar: reavivar el orgullo local, despertar la voluntad de la comunidad, conectar a personas que pertenecían a diferentes espacios administrativos con el hilo invisible pero fuerte de la cultura. Ese responsable, si se elige correctamente, será un apoyo suave pero resiliente para toda una tierra en transformación.
No podemos adentrarnos en el futuro con un equipo de cuadros culturales atrasados y pasivos, que trabajan estancados, carentes de emoción y profundidad. Tampoco podemos confiar en la cultura de quienes carecen de compromiso, que solo consideran el trabajo cultural como un peldaño administrativo, una "estructura obligatoria" en lugar de una pasión o un ideal de vida. Una nación que aspira a ser fuerte no puede ser débil espiritualmente. Una comunidad que aspira a la sostenibilidad no puede verse afectada en su flujo cultural. Por lo tanto, elegir cuadros culturales hoy es un acto fundamental, una decisión que moldeará la cultura vietnamita en las próximas décadas.
El guardián de la fuente de la nación en medio de las corrientes de reforma
Cada vez que el país entra en un período de reformas como el actual, la pregunta más importante no es sólo "¿cómo funcionará la nueva unidad administrativa?", sino "¿se mantendrá intacta el alma cultural de cada zona y de cada comunidad?".
La respuesta residirá en quienes asuman la responsabilidad cultural: los cuadros silenciosos pero poderosos que preservan el alma de una tierra. Si elegimos a las personas adecuadas —personas sinceras, talentosas y verdaderamente dedicadas al patrimonio cultural de su patria—, incluso en las grandes oleadas de reforma, se podrán preservar los aspectos más frágiles. El redoble de un tambor en un festival, una canción de cuna, la costumbre de venerar al dios tutelar de la aldea: todo puede seguir resonando en el corazón de la gente, puede seguir alimentando la creencia de que, aunque cambie el nombre de la comuna, aunque cambien los límites administrativos, el «alma de la tierra, el alma del pueblo» seguirá ahí, intacta y pura.
Pero si elegimos mal —si los funcionarios culturales son simplemente personas "estructuradas", personas que hacen las cosas por el gusto de hacerlas, personas que no entienden la cultura ni les importa—, serán ellos quienes, intencional o involuntariamente, allanen el camino para el desvanecimiento de la memoria comunitaria. Una antigua casa comunal se olvida, un festival milenario ya no se celebra, una familia no tiene a nadie que continúe con su profesión tradicional: todo comienza por la indiferencia, por elegir a la persona equivocada.
Por lo tanto, elegir hoy a un responsable cultural no es solo un paso en el plan para optimizar la nómina, ni puede ser una decisión formal, "asignar a cualquiera". Debe ser una elección meditada y responsable, una elección que demuestre la garra política, la visión estratégica y la profundidad humanística de todo el sistema político. Elegir a un responsable cultural es elegir a alguien que siembra raíces para el futuro. La cultura no es la flor que florece en la cima del desarrollo; la cultura es la tierra que la nutre. Y un responsable cultural, si está suficientemente cualificado y dedicado, es quien cuida la tierra, preserva el agua y protege las fuentes para que la nación no se seque en el viento y la arena de la integración, la modernización y la reestructuración.
En medio de los planes de reforma y las reuniones de fusión, no olvidemos lo fundamental: la cultura es lo que mantiene a la gente unida a esta tierra, ayuda a la comunidad a superar las dificultades administrativas y ayuda a la nación a forjar su identidad en un mundo cada vez más globalizado. Y para lograrlo, necesitamos confiar la responsabilidad a personas dignas: personas que no solo trabajen como gestores culturales, sino que también vivan como parte de la cultura.
Sembrar el futuro a partir de semillas culturales no es un eslogan, sino una acción política noble, la expresión más viva de una nación que se entiende a sí misma, su camino y su propio valor en el camino para salir al mundo.
Según BUI HOAI SON (NLDO)
Fuente: https://baogialai.com.vn/lua-chon-can-bo-van-hoa-trong-giai-doan-sap-nhap-trach-nhiem-va-su-menh-post326135.html
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