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El otoño rueda en la memoria

Para mí el otoño no es sólo una estación del año, sino un momento mágico, donde los recuerdos de la infancia se acurrucan y regresan cada vez que hay un poco de viento frío, cada vez que las hojas amarillas comienzan a caer y se dispersan por toda la calle.

Báo Long AnBáo Long An15/08/2025

Foto de ilustración (AI)

Para mí, el otoño no es solo una estación del año, sino un momento mágico, donde los recuerdos de la infancia se agolpan y regresan cada vez que sopla un poco de viento frío, cada vez que las hojas amarillas empiezan a esparcirse por la calle. Es la estación de los recuerdos apacibles, sin prisas ni ruidos, solo momentos sencillos y tranquilos, risas tranquilas y juegos divertidos que disfrutamos juntos durante la larga tarde.

En aquellos días, cada mañana de otoño, mis amigos y yo del barrio solíamos salir a jugar. El otoño era como una imagen serena cuando las hojas amarillas caían lentamente, cubriendo el pequeño camino de tierra. Nos tomábamos de la mano y corríamos por las calles, volando cometas o saltando a la comba, inocentes como niños que nunca habían conocido la ansiedad. Quizás, en mi memoria, el otoño siempre esté asociado con esos juegos al aire libre. Había días en que llovía ligeramente y salíamos corriendo, jugando en los charcos. Las risas resonaban como campanas, animadas, sin ninguna ansiedad. Recuerdo que, después de esos juegos traviesos, todo el grupo se reunía bajo el porche, sentados y escuchando a la abuela contar historias. Todos estaban ajetreados, luchando por el asiento más cercano a la abuela, con los ojos brillantes, esperando cada palabra. La abuela era la mejor narradora que he conocido. Con una voz cálida y dulce, contaba historias de antiguos cuentos de hadas, de ingeniosos conejos, de hermosas hadas o de las maravillosas aventuras de niños valientes. La pequeña Lan permanecía inmóvil, con los ojos bien abiertos, como si quisiera absorber cada palabra que decía, mientras Ti, sentada a su lado, movía la boca al ritmo de cada historia. Todos los niños estábamos ansiosos, escuchándolas como si esas historias fueran magia que nos transportaba a los mundos mágicos que ella había dibujado. Ese otoño, aunque no hubo aventuras mágicas como en los cuentos de hadas, siempre me sentí como un personaje más. Cuando la dorada luz del sol se desvanecía entre las hojas, nos sentábamos en silencio bajo la sombra de los árboles, charlando sobre los pequeños sueños que cada uno llevaba en el corazón. La suave brisa otoñal soplaba, creando sonidos crujientes de hojas, como susurros de la naturaleza. Simplemente nos sentábamos juntos, sintiendo el aliento del otoño, y cada vez que lo recordábamos, esa sensación de paz aún perduraba en nuestros corazones.

¿Y qué podría ser más hermoso que reunirse con la familia para cenar con la llegada del otoño? La abuela prepara platos deliciosos y sencillos, como tazones de sopa dulce y pasteles de boniato calientes. El aroma de boniato y sopa agria impregna el aire, reconfortando a todos. Cada vez que como, siento una extraña calidez, como si el otoño hubiera invadido cada aliento de la familia. Mis amigos, cada uno con su propia porción de pastel de boniato, dan algunos bocados en secreto y ríen, haciendo que la abuela les regañe con cariño: "¡Coman despacio, o estarán demasiado llenos para comer!". Toda la familia se reúne, las voces y las risas resuenan. Las cálidas luces amarillas brillan en los rostros queridos, creando una imagen otoñal perfecta, hermosa y apacible.

Ahora, cada vez que llega el otoño, esos recuerdos me inundan. Recuerdo los largos días corriendo, las risas resonando en la tranquilidad del campo, las tardes con amigos corriendo al campo y contemplando la puesta de sol. Cada vez, nos sentábamos allí, contemplando el paisaje en silencio, con solo el sonido del viento susurrando entre los arrozales dorados y el canto de los pájaros en la inmensidad del espacio. También recuerdo los momentos en que me sentaba junto a mi abuela, escuchándola contar historias de un pasado lejano, de recuerdos que atesoraba como preciados regalos del tiempo.

Y el otoño, para mí, siempre es una estación maravillosa. No por las grandes cosas, sino por los momentos sencillos y tranquilos que encierran toda la dulzura de la infancia. Las hojas amarillas, las tardes tranquilas, son piezas indispensables en la imagen de los recuerdos de la infancia, tejiendo una imagen perfecta que jamás olvidaré.

Linh Chau

Fuente: https://baolongan.vn/mua-thu-cuon-tron-trong-ky-uc-a200694.html


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