Cada vez que sopla el viento del sur, mi padre se prepara para hacer cometas. En la cocina, impregnada del olor a humo de leña, exhibe las piezas de bambú recién talladas, con el aroma fresco del bambú mezclado con el aroma del arroz frío machacándose en un cuenco de porcelana desportillada. Mi padre dobla hábilmente el bambú para formar un marco y luego extiende sobre él un trozo amarillento de papel de cuaderno. Frota suavemente con las yemas de los dedos, extendiendo el arroz como si fuera pegamento blanco, uniendo cada hebra de papel al fino marco de bambú.
Por la tarde, mis amigos y yo corrimos a la playa de arena detrás de la casa con nuestras cometas. El sol del atardecer teñía la arena de un brillante color miel; cada grano de arena calentaba bajo mis pies descalzos, y luego se enfriaba al rozar el borde de las olas cubiertas de nieve. La cometa temblaba en mi mano, latiendo como mi corazón en ese momento —ansiosa, nerviosa—, y luego se sintió ligera al volar fuera de mi alcance, inclinándose en el cielo azul profundo. El sonido del viento silbando a través de la cuerda de la cometa sonaba como la música de la libertad, guiando mis sueños de infancia a volar alto.
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Ilustración: HH |
Un día, el viento era tan fuerte que la cometa era apenas un pequeño punto en las nubes saladas. Nos sentamos en la arena, siguiendo la vista, saboreando la sal con la boca, escuchando el sonido de las olas como una nana interminable. Al ponerse el sol, todos nos lanzamos al mar, el agua fresca nos envolvió la piel, dejando que las olas se llevaran el calor y el cansancio de un día de juegos. Al anochecer, bajo la luz amarilla de la lámpara de aceite, toda la familia se reunió en torno a una comida sencilla. Entre las risas de mi madre y las historias de mi padre, sentí mi corazón en paz, como una cometa llena de viento que aún vuela tranquilamente en el cielo.
Han pasado muchos años, y hoy las cometas están hechas de tela resistente, colores brillantes y formas elaboradas. Pero las calles abarrotadas y las pantallas brillantes en manos de los niños han ido haciendo que esas tardes de vuelo de cometas se desvanezcan en el recuerdo. A veces, cuando veo una cometa solitaria flotando en el cielo de la tarde, me siento fatal. Me doy cuenta de que la vida humana es como una cometa: para volar alto, necesitas una cuerda atada firmemente a la mano, pero para ver el cielo inmenso, también necesitas saber cómo dejarla volar con suficiente viento.
La cometa me enseñó una lección sencilla pero perdurable: conoce tus raíces, reconoce quién sostiene el hilo de tu vida y ten el coraje de alzarte, de balancearte, de atrapar el viento de tus sueños. Porque al final, cuando la cometa desaparece entre las nubes, lo que queda en nosotros no es solo su forma, sino todo un cielo de infancia, claro, salado, para nunca volver.
Tran Tuyen
Fuente: https://baoquangtri.vn/van-hoa/202510/canh-dieu-va-khoang-troi-tuoi-tho-0424497/
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