También hecha de arcilla y horneada a alta temperatura, esta jarra es más pequeña que la jarra para almacenar agua, que generalmente se usa para guardar arroz y fermentar salsa de pescado. La jarra de arroz no solo es un artículo esencial, sino también un elemento de feng shui en la familia, aunque solo esté en la cocina. Una comida de verduras hervidas y salsa de pescado estofada está lista, pero si aún queda arroz en la jarra, el estómago se tranquiliza. Un concepto popular, arraigado durante generaciones, es que al sacar arroz para cocinar, la lata no debe tocar el fondo de la jarra para que no haga ruido, y aún más, no se debe raspar la jarra; debe quedar aproximadamente medio frasco de arroz en la casa para que se pueda terminar.

El arroz en el granero todavía teme que las ratas e insectos vengan a buscarlo, pero el arroz en el frasco no es un problema. Su aspecto tosco, su estructura sólida y su tapa lo suficientemente pesada hacen que ningún ratón pueda encontrarlo. Los perros y los gatos temen a los muebles de la casa, por lo que las personas mayores suelen recurrir al truco de "colgar al perro, cubrir al gato". En cuanto al arroz en el frasco, simplemente tapan la tapa y lo dejan en un rincón.
El tarro de arroz no es solo asunto de la madre o la hermana, sino también de los niños de la casa, tengan o no edad para cocinar, pues suelen guardar en él los "ahorros". Cada vez que asiste a un funeral, la gente solo trae unos pocos pasteles, mandarinas o naranjas. La madre suele guardarlos en el tarro para dárselos a los niños al volver de la escuela. Pero en una familia de cinco o siete personas, si no los guardan, desaparecen con solo un vistazo. El tarro de arroz es como un "almacén secreto": la madre o la abuela, al regresar de un funeral, suele susurrarles a los niños: "Dejé pasteles en el tarro, vengan a comerlos luego".
Viviendo en el campo, las verduras y frutas de la casa también son la merienda de los niños. Papá suele coger algunas chirimoyas viejas para ponerlas en el tarro de arroz; al cabo de unos días estarán doradas y fragantes. O cogemos unos mangos y chirimoyas justo maduros, los metemos en el tarro durante tres días y maduran de forma uniforme. Al abrir la tapa, percibimos su dulce aroma, que nos hace desearlo. Ese pequeño sabor a hogar nos acompaña a medida que crecemos, y al volver, solemos esperar a oír las palabras: «Mamá sigue en el tarro de arroz, ¿sabes?». O cogemos por accidente un mango verde, lo llevamos a casa apresuradamente y lo ponemos en el tarro, esperando oír su dulce aroma, para no arrepentirnos del esfuerzo que papá hacía cada día cuidándolo mientras los niños, impacientes, cogen la fruta verde.
El ritmo de vida evoluciona, junto con las crecientes necesidades y el nivel de vida de las personas, tanto en zonas urbanas como rurales. El tosco y pesado tarro de arroz también ha dado paso a nuevas y prácticas opciones que ahora se llaman arroceras inteligentes, diseñadas con tapas para tomar y medir el arroz según las preferencias del cocinero... Y abundan las opciones de deliciosas y dulces frutas cortadas y consumidas al instante en lugar de tener que esperar en el tarro, una espera diaria. Pero a pesar de una infancia sencilla, en la infinidad de giros y cambios, sin importar cómo se presente, la imagen del tarro de arroz siempre contiene un amor familiar, una forma de vida que sabe apreciar y preservar, que generaciones de abuelos y padres han enseñado a los niños de la casa.
Fuente: https://www.sggp.org.vn/con-trong-khap-gao-post806646.html
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