Crecí en una pequeña aldea a orillas de un río, donde cada verano, el viejo árbol de poinciana real frente a la puerta de la escuela era la figura central de toda mi infancia. La flor de Pascua real no sólo da sombra al patio de la escuela, sino que también es un testigo silencioso de las sonrisas, los ojos y las lágrimas de los niños inocentes y puros en edad escolar. Lo curioso es que aunque pase el tiempo, aquella temporada de flores sigue profundamente grabada en mi memoria, como si nada pudiera borrarla.
Ilustración: Kieu Loan
Todavía recuerdo claramente la sensación de emoción cada vez que llegaba la temporada de poinciana real, cuando los primeros brotes comenzaban a florecer, mi corazón ya palpitaba como si esperara un milagro. Todos nosotros, los niños de entonces, después de la escuela, nos reuníamos en grupos de cinco o siete bajo el árbol poinciana real, recogíamos pétalos rojos caídos, los organizábamos formando estrellas o flores de albaricoque o los aplanábamos en cuadernos para llevarlos a casa. Ese color rojo, brillante pero no deslumbrante, suave pero persistente, parece penetrar en el corazón de las personas, convirtiéndose en el color de la infancia, de las primeras emociones que aún no tienen nombre.
Una vez escuché a mi abuela decir que el poinciana real es un árbol de nostalgia. A diferencia de las flores de albaricoque y durazno que florecen en primavera, la poinciana real elige el verano para florecer, como si quisiera aferrarse a las miradas de despedida de los estudiantes que se gradúan. Quizás es por eso que la poinciana real siempre se asocia con la separación: no es ruidosa, pero sí desgarradora. En el pasado, bajo el árbol de poinciana real, me quedé sin palabras durante la despedida final, cuando mi compañero de escritorio me dio en silencio un pétalo rojo de poinciana real y luego se alejó sin mirar atrás. Resulta que hay sentimientos que sólo están plenos cuando están envueltos en silencio.
A medida que crecí y me fui lejos, cada vez que pienso en mi ciudad natal, una imagen familiar aparece en mi mente: el suave río fluyendo a través de hileras de cocoteros, las dulces voces de los aldeanos y el indispensable color rojo brillante de las flores de poinciana real. Una vez, en un viaje de regreso a casa después de muchos años de ausencia, vi que el árbol de poinciana real frente a la puerta de la escuela era más viejo, sus raíces sobresalían del suelo, sus ramas y hojas estaban marchitas por el tiempo. Pero cuando llega el verano, todavía brilla rojo como en los viejos tiempos. De repente sentí que mi corazón temblaba con una emoción indescriptible, como si el pasado nunca nos hubiera abandonado realmente, simplemente estuviera descansando tranquilamente en un rincón de nuestra memoria, esperando a ser despertado.
Las flores de fénix de mi ciudad natal tienen algo muy único. No sólo es brillante en color, sino también porque crece en la tierra en el extremo sur, donde el cielo es amplio, la tierra es amplia y los corazones de la gente también son amplios. Hay árboles que crecen en las orillas del pequeño canal, reflejando sus sombras en el agua fangosa, junto al sonido retumbante del motor y el barco deslizándose suavemente. Hay árboles que yacen tranquilos en el patio de la escuela del pueblo, cada verano evocan una risa clara, el sonido de las cigarras cantando como ecos del tiempo. Allí, la flor de Pascua no es sólo un árbol, sino también un símbolo de memoria, de nostalgia y de un amor a la patria difícil de expresar con palabras.
La gente suele decir que, cuanto más mayores nos hacemos, más entendemos que las cosas aparentemente pequeñas son las que más nos duelen el corazón. Al igual que la flor de Pascua, una flor que no es ni lujosa ni sofisticada, sino que está profundamente arraigada en muchas generaciones. La poinciana real no tiene el fuerte aroma de la flor de leche, no es tan tímida como la flor de albaricoque ni es tan elegante como la rosa, pero lleva en sí la resistencia, la memoria intensa y la vitalidad para prosperar bajo el sol abrasador de las tierras del sur.
El tiempo pasa, la gente cambia, pero algunas cosas permanecen, como la flor del fénix en verano. No importa quién seas, dónde vivas, cuánto tiempo hace que no regresas a tu ciudad natal, cada vez que veas flores floreciendo, tu corazón seguirá palpitando. Porque los recuerdos no necesitan ser nombrados, basta una señal, como el color de aquella flor, para traer de vuelta todo el cielo de la infancia.
Me senté tranquilamente en el viejo banco de piedra del antiguo patio de la escuela, mirando los pétalos de las flores caer suavemente con el viento. El viento de mayo todavía trae el olor del aluvión desde la orilla del río detrás de la escuela. Los pétalos rojos aún reposan en la vieja página del cuaderno, como prueba del pasado, de una parte de la vida que una vez viví. De repente me di cuenta de que las cosas que nos hacen recordar para siempre no son las cosas más brillantes, sino las cosas aparentemente triviales que están conectadas a nosotros por un vínculo emocional que no se puede romper.
Esa tierra al final del cielo no sólo tiene bosques de manglares y mares plateados, sino también una estación de flores que llama al verano, puras y llenas de emociones: las flores de poinciana real. Cada vez que las flores florecen, no importa donde esté, siento que estoy regresando a mi lejana tierra natal y creo que, no solo yo, sino para cualquiera que alguna vez haya estado apegado a la tierra y a la gente de aquí, la flor del fénix rojo es siempre una parte sagrada, profunda y nunca se desvanece de la memoria.
Duque Anh
Fuente: https://baocamau.vn/phuong-do-trong-mien-ky-uc-a38888.html
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