Nací en un campo soleado y ventoso, donde la cosecha es la época de las fiestas del pueblo. Cuando el arroz está maduro y dorado, cada manojo se cosecha, se seca y se recoge; el rastrojo restante se amontona en hileras, en montones y se quema. El humo se eleva, entrelazado con el sol de la tarde, creando una escena tan familiar como mágica.

El olor a humo de paja tiene algo muy distintivo, penetrante, cálido, que impregna cada mechón de pelo, cada dobladillo de camisa. Para una niña de campo como yo, es el sabor de los recuerdos, el aroma de días tranquilos, cuando todo el pueblo iba al campo junto, cuando los niños se llamaban, corriendo y saltando, esquivando las cenizas aún al rojo vivo.
Recuerdo la sensación de estar en medio de un vasto campo, mirando el cielo teñido de un naranja brillante, mezclado con una fina capa de humo que se extendía por el suelo. El viento soplaba, trayendo el olor a humo mezclado con el de la tierra recién labrada, tranquilizando a la gente, como si el tiempo se detuviera.
Algunas tardes, mi madre me pedía que le llevara agua a mi padre en el campo. Cargaba la jarra y corría por el camino del pueblo, siguiendo los pequeños senderos que atravesaban los campos. Desde lejos, podía ver la figura encorvada de mi padre junto a la barba humeante. Su delgada figura parecía fundirse con la niebla y el humo, como parte de la tierra y el cielo de mi tierra natal. Me senté junto a mi padre, observando en silencio cómo ascendía el humo.
Pasó el tiempo, crecí y dejé el pueblo para estudiar y trabajar en la ciudad. Los campos y la temporada de quemar paja fueron quedando poco a poco en el pasado. La vida en la ciudad era ajetreada, la gente ya no quemaba paja, o si lo hacía, era solo una rareza, ya no era una imagen familiar como antes. Así que, cada vez que tenía la oportunidad de volver a mi pueblo natal durante la temporada de cosecha, buscaba un pequeño rincón en los campos, me sentaba allí y respiraba profundamente el humo del arrozal como para reencontrarme conmigo mismo.
Quizás solo quienes crecieron en el campo puedan comprender plenamente la nostalgia del humo ardiente. No es solo una imagen, ni solo un aroma, sino también parte del alma. El humo asciende y luego desaparece en el aire, pero el recuerdo permanece para siempre, como un suave corte en el corazón.
Hoy en día, la gente está limitando gradualmente la quema de paja para reducir la contaminación atmosférica. Entiendo que es necesario, pero aún siento nostalgia al recordar aquellos tiempos. ¿Será la rusticidad del humo del campo lo que hace que la infancia sea tan poética?
Esta tarde, en medio del bullicio de la ciudad, percibí una tenue voluta de humo de una estufa de carbón junto al camino. El olor de ese humo, aunque no provenía del campo, fue suficiente para transportarme a los viejos tiempos en los campos, a los años sencillos, donde los corazones de la gente eran tan puros como el arroz recién cosechado.
Fuente: https://baogialai.com.vn/nho-khoi-dot-dong-post321687.html
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