El llanto extraño pero familiar en mi memoria se ha convertido desde entonces en una sensación de anhelo y ansiedad. Los niños de mi barrio, en aquella época, esperaban a diario el llanto del heladero que pasaba. "¿Quién quiere helado?", con solo esa voz y el sonido de la bocina, los niños dejaban apresuradamente lo que estaban haciendo y salían corriendo a la calle. Recogían sandalias de plástico, ollas y sartenes perforadas, plumas de pollo y pato... todo era tan rápido como una ráfaga de viento; lo llevaban en las manos y corrían hacia el llanto. El heladero les resultaba tan familiar que redujo la velocidad. Detuvo su bicicleta al pie de la casuarina de mi casa, puso la pata de cabra y esperó a los clientes habituales. Mi hermano y yo teníamos dos pares de sandalias de plástico listas. Huong encontró una olla perforada para cocinar sopa y trajo un montón de chatarra de aluminio de su padre. Tengan la seguridad de que todos tendrían un helado fresco para disfrutar, aliviando el calor del día.
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Ilustración: Internet |
El helado de antaño no era helado con mucha leche, chocolate ni muchos sabores, con tantas opciones como hoy. El helado era simplemente agua mezclada con azúcar, o en el caso más lujoso, con un poco de leche. Más especiales eran los helados con sabores de frijoles como frijoles rojos, verdes y blancos. El helado era fresco en la lengua, engañando a las papilas gustativas. Así, se convirtió en un paraíso brillante que atraía a los niños. Los ojos de los niños brillaban, alegres, radiantes. El helado estaba contenido en bolsas de plástico transparente, atadas firmemente con bandas elásticas. Abrían la banda elástica o mordían desde abajo, chupando el sabor dulce y fresco que se derretía en la punta de sus lenguas. Simplemente un helado simple y sencillo lleno de alegría juvenil.
Mi madre era muy cercana y amable. A menudo invitaba a los vendedores ambulantes que pasaban por nuestra casa a tomar una taza de té y descansar bajo el cálido sol de la tarde. Por eso, el heladero, el reparador de sandalias, el cambiador de ropa… parecían conocer bien a nuestra familia. Mis hermanos y yo disfrutábamos del cariño de nuestra madre. A veces, el heladero nos regalaba un palito verde o rojo. Los dos estábamos eufóricos.
El llanto trae consigo los sonidos de recuerdos que resuenan con nostalgia. Me despierta de los viejos veranos cuando aún me balanceaba distraídamente en la hamaca, sobresaltada por un sonido. Me despierta de las tardes soleadas cuando jugaba a vender cosas con mis amigos, corriendo a toda prisa tras el llanto que acababa de sonar.
El llanto trae consigo un eco familiar, íntimo y a la vez distante. El río del tiempo fluye, apareciendo silenciosamente a través de un llanto. La sensación apacible y rústica de una infancia pasada despierta. El llanto nos recuerda que debemos atesorar cada viejo recuerdo, preservar los valores culturales a lo largo del tiempo. Cada llanto cuenta una historia de vida. El arduo trabajo del padre criando a sus hijos para que estudien. El arduo trabajo de la madre moviéndose día y noche. Tras ese llanto brilla una vida de dificultades, pero no insignificante, pequeña pero llena de valor.
Los gritos resonantes del pasado se han desvanecido poco a poco. En la ciudad, aún escucho los gritos grabados en casetes, reproduciéndose automáticamente una y otra vez. «La pitahaya Long An cuesta diez mil el kilo»; «¿Quién vende banh beo, sopa dulce de judías verdes... aquí?»… Los vendedores se cansan menos cuando tienen máquinas industriales para grabar y reproducir.
Es solo que el sonido ya no tiene rastro del pasado. A veces aún anhelo ver las gotas de sudor en la frente del heladero del pasado, el eco del grito familiar "¿Quién quiere helado?" para enfriar el torrente de recuerdos...
Fuente: https://baodaklak.vn/van-hoa-du-lich-van-hoc-nghe-thuat/van-hoc-nghe-thuat/202510/tieng-rao-ve-ngang-ky-uc-dfd079d/
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