Cada letra, cada emoción torpe de mis años escolares, volvió a mi memoria con nitidez. Un simple trozo de papel bastó para revivir un rincón de mi memoria que creía olvidado, recordándome las épocas en que creaba periódicos murales llenos de risas durante mi época escolar.
Cuando aún iba al colegio, el mural de periódicos no era solo una actividad del 20 de noviembre, sino casi una pequeña fiesta que toda la clase esperaba con ilusión. Conforme se acercaba el Día del Maestro en Vietnam, los alumnos nos emocionábamos como si esperáramos el Tet. El profesor solo lo mencionaba brevemente, pero en el fondo, cada uno ya estaba preparado. Los que escribían bien prometían redactar un artículo excelente; los que disfrutaban dibujando presumían de crear el marco más original; y los más callados, que creían que no les importaría, a la hora de hacer el mural, se mostraban sorprendentemente atentos, siempre dispuestos a cortar papel, pegar flores o decorar la página.
No teníamos muchos materiales bonitos, pero todo estaba hecho con auténtico entusiasmo. Recortes de periódicos viejos, colores ligeramente borrosos porque las ceras se habían ablandado, las líneas a veces torcidas por la emoción… todo ello creaba un mural sencillo pero emotivo. Lo que más recuerdo es cuando toda la clase se sentó alrededor de una gran hoja de papel extendida sobre la mesa del profesor. Un niño escribía el título, otro, inclinado sobre una regla, trazaba líneas, y algunos, detrás, no paraban de dar su opinión, a veces discutiendo a gritos solo por la tipografía del título. Pero bastaba un chiste para que todos estallaran en carcajadas y siguieran trabajando con diligencia como si nunca se hubieran enfadado.
Para nosotros, en aquel entonces, el mural era a la vez sagrado e inocente. Sagrado porque era donde cada uno expresaba su gratitud a los profesores con sus propias habilidades, aunque fueran torpes. Inocente porque a nadie le importaban las notas ni los premios; con que los profesores elogiaran el mural como «bonito y emotivo», toda la clase estaba contenta. Cada vez que el mural estaba terminado y colgado, solíamos quedarnos un buen rato frente a él, releyendo cada artículo, sintiéndonos orgullosos de haber contribuido a ese rincón.
Ahora, al regresar a las escuelas, veo que el mural de periódicos ha cambiado mucho. El papel es más bonito, los colores más vibrantes y la presentación más sofisticada y moderna. Muchas clases usan computadoras para diseñar e imprimir las partes más complejas, y luego las combinan con elementos hechos a mano para crear obras impactantes. Algunas incluso hacen murales plegados, modelos 3D e incorporan videos o sonidos para ilustrarlos. Los estudiantes de hoy crean de una manera única e innovadora, lo que provoca la admiración de los adultos.
Sin embargo, lo que me conmovió no fue la inversión ni el esfuerzo externo, sino el espíritu que emanaba del periódico mural, intacto como cuando éramos niños. Los alumnos seguían reuniéndose para escribir artículos, seguían debatiendo con entusiasmo sobre pequeñas ideas, seguían esperando con nerviosismo los comentarios del profesor y seguían sintiéndose inmensamente orgullosos al ver sus nombres en el periódico mural de la clase. Los tiempos pueden haber cambiado, pero los sentimientos de los alumnos al crear el periódico mural eran casi los mismos: puros, entusiastas, con el deseo de expresar una hermosa palabra de gratitud.
Quizás ese sea el mayor valor del mural de papel: no en la técnica, ni en crear un producto hermoso para exhibir, sino en la experiencia de toda la clase trabajando en conjunto para crearlo. Es ese proceso el que une a los estudiantes, les permite comprenderse mejor, valorar el esfuerzo de sus compañeros y aprender a agradecer con sinceridad. El mural de papel no es solo un gran trozo de papel colgado en la pared del aula. Es parte de los recuerdos de toda la etapa escolar, un lugar para conservar la espontaneidad y la ternura de cada generación, y un regalo sencillo pero conmovedor para los maestros que han educado a tantos niños.
Sosteniendo el viejo manuscrito en mis manos, de repente comprendí que muchas cosas se desvanecen con el tiempo, pero los recuerdos de las temporadas de periódicos murales permanecen vivos en mi memoria. El periódico mural, como un silencioso momento de gratitud, es donde los estudiantes se detienen en medio del ajetreo de la vida para expresar su agradecimiento a sus maestros. Y sin duda, en las aulas de hoy, se siguen escribiendo nuevas temporadas de periódicos murales, con corazones jóvenes, llenos de amor y sincera gratitud.
Ha Trang
Fuente: https://baodongnai.com.vn/van-hoa/202511/bao-tuong-dau-lang-cua-mua-tri-an-3f51322/






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