En la mesa había una olla de sopa humeante, un plato de pescado estofado con el fragante aroma de la salsa de pescado, y a veces se oía la suave reprimenda de mi madre por estar tan absorta jugando que se le olvidaba comer. Pero detrás de esa reprimenda aún había una mirada tierna, una mano que me traía más comida deliciosa. La comida de ese día no fue lujosa, solo platos rústicos, pero fue suficiente para que la recordara hasta hoy.
Al crecer, cada tarde después de la escuela, me acostumbré al fragante aroma a arroz cocido que emanaba de la pequeña cocina. Mi madre siempre se preocupaba por mi salud; me decía que comiera lo suficiente para tener fuerzas para estudiar. Había días en que tenía exámenes estresantes; mi madre incluso se levantaba temprano para prepararme un plato de gachas calientes y ponerlo en la mesa. En ese entonces, aún no sabía que eso era la felicidad; simplemente pensaba que era responsabilidad de mi madre. Solo más tarde, cuando estaba lejos, comprendí: la felicidad a veces es simplemente tener a alguien esperándome a casa para comer; es el cariño de mi madre al cocinar para toda la familia.
Mi cocina no es grande, solo cabe una pequeña mesa de comedor y un viejo armario de madera. Pero en ese espacio, el amor de mi madre siempre abunda. Cada mañana, mi madre se levanta temprano para preparar la comida para toda la familia. Cada tarde, cuando resuena el sonido del ajo machacando y las tablas de cortar, toda la casa se llena del aroma de la reunión familiar. Mi madre nunca se queja de cansancio, solo sonríe al ver a todos disfrutando de la comida. Resulta que la alegría de mi madre es tan simple: ver a la familia reunirse alrededor de la mesa.
No recuerdo cuántos platos cocinaba mi madre. A veces era una simple sopa de verduras mixtas, otras veces pescado estofado con pimienta. En su tiempo libre, mi madre también preparaba sopa dulce de judías mungo, arroz glutinoso con fruta gac, banh duc, banh khoai... Los platos que cocinaba mi madre son un tesoro de recuerdos, así que solo recordarlos me llena de paz.
De mayor, tuve que dejar mi pueblo natal para estudiar y trabajar. Durante los días que estaba lejos de casa, solía pasear por las calles, disfrutando de todo tipo de comida deliciosa. Pero, curiosamente, por muy elaborada que fuera, esos sabores no me conmovían tanto como los platos que cocinaba mi madre. Había días en que, cansada, deseaba poder oír a mi madre llamar desde la cocina: «Ven a cenar, hijo mío...», y me di cuenta de que ese deseo resultaba ser la felicidad más simple que una persona tan lejos de casa como yo siempre anhelaba...
La felicidad, a veces, no reside en el gran éxito, los artículos de lujo ni las fiestas suntuosas. La verdadera felicidad reside en los momentos cotidianos que olvidamos fácilmente: una comida caliente, una llamada cariñosa, una sonrisa amable. La cocina de una madre no es solo un plato, es la cristalización del amor, el sacrificio y el deseo de que sus hijos sean sanos y prosperen.
Cada vez que regreso a mi pueblo, entro en la cocina familiar y veo la figura encorvada de mi madre junto a la olla de arroz, siento un dolor profundo. Sé que algún día mi madre estará vieja y débil, sus manos ya no serán tan ágiles y los platos quizá no tengan el mismo sabor que antes. Pero por eso cada comida que cocina mi madre ahora se vuelve aún más preciada, para que sepa atesorarla y guardarla en mi memoria como una parte irremplazable de mi felicidad.
Me di cuenta de que mi felicidad, y quizás la de muchos otros, no está lejos, sino que reside en la comida casera, la comida que prepara mi madre. Un grano de arroz glutinoso, una rebanada de pescado estofado, una risa, todo se funde, creando una calidez y una felicidad incomparables.
Tetera
Fuente: https://baodongnai.com.vn/van-hoa/202510/khong-huong-vi-nao-sanh-bang-bua-com-que-me-nau-0c71c0f/
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