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Temporada de tormentas, temporada de dolor.

Nací en la región Central, donde el viento de Laos es abrasador cada verano, la lluvia es helada en invierno y a menudo caen tormentas que hacen que el cielo y la tierra se inclinen.

Báo Long AnBáo Long An30/08/2025

Fotografía ilustrativa (IA)

Nací en la región central de Laos, donde el viento abrasa cada verano, la lluvia es gélida en invierno y las tormentas son frecuentes, haciendo temblar el cielo y la tierra. A veces, las tormentas son pasajeras, como una advertencia, pero otras veces son feroces, dejando una huella imborrable en la memoria de la gente de mi pueblo. Ante los desastres naturales, la gente de mi pueblo es como árboles resistentes, que se inclinan ante el viento pero jamás se quiebran.

Antes de que llegara la tormenta, los altavoces del vecindario resonaban sin cesar, recordando a cada familia que se preparara. Adultos y niños salieron corriendo a los callejones y patios. La preocupación se reflejaba en el rostro de todos. Las mujeres y las madres lavaban arroz, ordenaban frascos de salsa de pescado y botellas de aceite, y preparaban los artículos de primera necesidad en la casa. Los hombres subían a los tejados, ataban bambú con fuerza, reforzaban las cercas y añadían más paneles de bambú. Todo el vecindario parecía respirar al unísono, preparándose para la inminente furia del temporal.

Mi casa era igual. Como una costumbre arraigada, mi madre cerraba meticulosamente las ventanas, arrinconaba las mesas y las sillas y llenaba los cántaros de agua por si se iba la luz o el agua. Cada movimiento era lento pero decisivo, como el de un soldado acostumbrado a la batalla. Sabía por qué mi madre era tan precavida: muchas veces tenía que quedarse despierta toda la noche, con una lámpara encendida que la protegía de cada viento feroz. Yo solo podía sentarme en silencio en un rincón de la habitación, observando la delgada figura que se mecía bajo la luz amarilla de la lámpara de aceite, con el corazón lleno de emociones: amor por mi madre, preocupación e impotencia por no poder hacer nada. Mi padre trabajaba lejos y rara vez volvía a casa. Así que, en los días de tormenta, solo mi madre y yo nos apoyábamos mutuamente.

Los recuerdos de aquellas noches tormentosas aún perduran. El viento aullaba afuera, las tejas crujían y la casa entera temblaba como si un cuerpo exhausto luchara contra una fuerza invisible. Ante mis ojos infantiles, no solo había viento y lluvia afuera, sino un monstruo gigante rugiendo y destruyéndolo todo. Me acurruqué, temblando, y escondí mi rostro en los brazos de mi madre, el refugio más tranquilo. Gracias a Dios, mi casa estaba construida en una colina alta y firme, así que, aunque tenía miedo, me sentía un poco segura. Sin embargo, en ese momento, mi ansiedad volvió a crecer al pensar en Thao, mi amiga íntima que vivía al final del pueblo, cerca de la orilla del gran río. Cada temporada de inundaciones, el agua solía anegar su patio. Me preguntaba si la pequeña casa de Thao sería lo suficientemente fuerte como para resistir el viento feroz de afuera. ¿Estaría acurrucada en los brazos de su madre, a salvo como yo en ese momento, o estaría presa del pánico, mirando el agua que la esperaba fuera de la puerta?

La lluvia caía torrencialmente, pesada e incesante, como si quisiera arrasar con todo. El camino familiar del pueblo se convirtió de repente en un lodazal, el agua desbordando la cerca y arrastrando hojas caídas y ramas secas. El jardín estaba desolado, meciéndose con el viento. Sin embargo, la gente de mi pueblo no se dejó amedrentar. Bajo la luz parpadeante de las lámparas de aceite que proyectaban sombras sobre el tejado mojado, manos callosas ataban pacientemente cada tabla de bambú, tapando las grietas por donde entraba el viento. La temporada de tormentas en mi pueblo no es solo una preocupación por la comida y la ropa, una lucha contra la naturaleza, sino también una época de amor humano. Mientras el viento aullaba afuera, en el pueblo, las lámparas de aceite seguían parpadeando. La gente se detenía en las casas de los demás, intercambiando un paquete de arroz, un poco de sal, unas botellas de agua o simplemente un apretón de manos, una cálida palabra de aliento. Brazos extendidos, entrelazados no solo para sostener el tejado, sino también para construir un hogar espiritual. En medio de la llovizna y el viento, la gente aún ve brillar con fuerza la llama del amor, del compartir, de la solidaridad de la región central, tan perdurable como esta misma franja de tierra.

Mi madre solía decir: «Las tormentas vienen y van, pero el amor permanece». Y, en efecto, tras cada tormenta, cuando las tejas aún están desordenadas y el jardín yace desnudo, la gente de mi pueblo se reúne para reconstruir sus vidas. El sonido de las escobas barriendo el patio, el sonido de la gente llamándose unos a otros, el sonido de la risa entremezclada con las dificultades… Todo se funde para crear una canción de renacimiento.

Siento mucha pena por la gente del centro de Vietnam, donde la tierra es estrecha, el clima es duro, ¡donde las tormentas son parte de la vida! Hay olas feroces, pero también corazones grandes, tan resistentes como las rocas, tan flexibles como la arena del mar, llenos de amor por el pueblo, de amor por la vecindad, de fuertes lazos. Como pequeños pero sólidos tejados en medio de las tormentas, la gente de mi pueblo siempre se mantiene firme ante todas las adversidades de la vida.

Linh Chau

Fuente: https://baolongan.vn/mua-bao-mua-thuong-a201569.html


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