Una llamada que no suena, que no recibe respuesta, pero que yace grabada en lo más profundo de la memoria y de la propia capacidad de ser honesto. En esa llamada, hay tres cosas que cualquiera, sin importar la edad, querría decir: gracias, disculpas y agradecimiento.

Gracias, porque hemos recibido amor de muchas maneras diferentes, a veces tan silenciosamente que creemos que no existe. Gracias a nuestros padres que nos apoyaron con lo mejor de sí mismos; gracias a los maestros que vieron nuestro potencial cuando aún estábamos confundidos; gracias a quienes nos abrieron puertas en la vida, quienes nos escucharon cuando éramos más vulnerables. Incluso gracias a quienes nos dejaron, porque nos ayudaron a aprender a levantarnos y a ser más fuertes. Hay palabras de agradecimiento que nos llevan media vida pronunciar, pero cuando las decimos, sentimos que nuestros corazones se enternecen.
Perdón por lo que no hicimos bien. Todos tenemos cicatrices imborrables: una palabra que hirió a un ser querido, un mensaje sin respuesta, una amistad perdida, un amor que dejamos escapar demasiado pronto. Pedimos perdón por nuestra imprudencia de juventud, por vivir con prisas y hacer esperar a los demás, por dejarnos llevar por nuestras emociones. Las disculpas al pasado no reparan lo sucedido, pero nos liberan de la carga y nos ayudan a vivir con más bondad en el presente.
Y atesoremos, porque el pasado, ya sea bello o triste, tiene una misión: enseñarnos a valorar lo que tenemos. Atesoramos las comidas familiares porque nos hemos perdido muchas reuniones; atesoramos a un amigo que pregunta pacientemente por nosotros porque hemos perdido personas a las que no podemos volver a llamar; atesoramos un trabajo exigente porque recordamos que alguna vez deseamos tener algo por lo que luchar cada día. Nos atesoramos a nosotros mismos hoy, después de haber pasado por tonterías, desilusiones y muchas veces con ganas de rendirnos, pero seguimos adelante.
El llamado al pasado no es para aferrarnos a él, sino para iluminar el presente. Cuando nos atrevemos a dar las gracias, reconocemos las semillas de bondad en nuestras vidas. Cuando nos atrevemos a pedir perdón, sentimos alivio al enfrentarnos a nosotros mismos. Cuando sabemos apreciar, vivimos con mayor intensidad cada instante.
El pasado no necesita que lo arreglemos. Solo necesita que lo entendamos lo suficiente para seguir adelante, con más delicadeza, más sabiduría y más bondad. Aquella llamada finalmente se apagó, pero mi corazón, desde ese momento, sintió un poco más de paz.
Fuente: https://baophapluat.vn/neu-co-co-hoi-goi-dien-ve-qua-khu.html






Kommentar (0)