
El ciberespacio, otrora considerado un símbolo de libertad, creatividad y conectividad, se está convirtiendo también en terreno fértil para fuerzas criminales transnacionales, que van desde el robo de datos y los ataques al sistema financiero hasta la manipulación de la información e incluso la interferencia con la soberanía digital de las naciones.
Más peligroso aún es que muchas formas de ciberdelito cuentan con el apoyo o la aprobación de ciertas fuerzas, que convierten los ciberataques en herramientas para ejercer el poder y causar inestabilidad internacional.
En los últimos años, expertos internacionales en ciberseguridad han advertido repetidamente que muchos grupos de hackers, aunque se hacen pasar por individuos u organizaciones privadas, en realidad están financiados, protegidos o dirigidos en secreto por agencias y organizaciones estatales. Estas acciones a menudo se justifican con el pretexto de "proteger los intereses nacionales", pero en realidad implican espionaje, sabotaje de la infraestructura informática, manipulación de la opinión pública e interferencia en los procesos políticos de otras naciones, lo que representa una grave amenaza para la paz y la confianza internacionales.
La realidad ha demostrado que ninguna nación puede combatir la ciberdelincuencia por sí sola. Las operaciones actuales de ciberataques, fraudes y robo de datos son transnacionales y operan a través de redes sofisticadas y tecnología avanzada. Por lo tanto, solo en el marco de la cooperación basada en el derecho internacional y con el apoyo de las Naciones Unidas, la fuerza colectiva puede ser suficiente para crear un "escudo global", que prevenga la actividad delictiva y fortalezca la confianza en la capacidad de la humanidad para controlar la tecnología en beneficio del bien común.
Por lo tanto, la promulgación de la Convención sobre Ciberdelincuencia por parte de las Naciones Unidas afirma que este es el momento de que la humanidad trabaje unida para establecer un nuevo orden en el ciberespacio: un orden basado en la ley, la confianza y la transparencia. Un ciberespacio seguro es imposible si cada nación se centra únicamente en "proteger su propio territorio digital" sin una coordinación global. El papel de las Naciones Unidas es crucial, no solo como iniciador y coordinador, sino también como sistema de apoyo político , legal y ético, que ayuda a las naciones a generar confianza y evitar caer en la desconfianza o en una "carrera armamentista digital".
Cuando las reglas del juego se establecen de forma justa y transparente, todas las naciones, grandes o pequeñas, tienen las mismas oportunidades de proteger sus intereses y soberanía digitales. Además, la colaboración entre naciones en el marco de la Convención va más allá de la mera ciberseguridad. Representa una visión global donde se fortalece el derecho internacional, se restablece la confianza y la cooperación se convierte en la base del desarrollo sostenible. Sobre esta base, las naciones pueden compartir información, brindar apoyo técnico, coordinar investigaciones transfronterizas y establecer estándares legales y éticos comunes para la era digital.
Con la Convención de Hanói, el mundo presencia un punto de inflexión trascendental, donde el espíritu de cooperación internacional se eleva a la categoría de voluntad política global. Y desde Hanói, el corazón de un Vietnam amante de la paz, se difunde ese mensaje: mediante esfuerzos concertados, el imperio de la ley y una convicción compartida, la humanidad puede proteger su futuro digital.
Fuente: https://www.sggp.org.vn/xac-lap-la-chan-toan-cau-post819974.html






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