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Lecciones de amor

Llegó noviembre. La brisa fresca sopla entre los árboles frente a la puerta de la escuela, trayendo consigo el aroma de los crisantemos amarillos y un tenue olor a tiza blanca. El caminito que solía recorrer aún conserva la sombra de los tamarindos; la única diferencia es que a los maestros les han salido algunas canas. En cuanto a nosotros, los antiguos alumnos, cada uno ha vivido una etapa distinta de su vida, guardando en el corazón la imagen del maestro que nos enseñó en aquellos tiempos.

Báo Đồng NaiBáo Đồng Nai17/11/2025

Hay cosas que aprendemos no en los libros, sino en la mirada amable y la voz cariñosa de los maestros. Son lecciones sobre bondad, paciencia y cómo ser humano. De pequeño, pensaba que los maestros solo me enseñaban a leer y escribir. Al crecer, comprendí que eran quienes me enseñaban a vivir, a amar y a compartir.

Siempre recuerdo la imagen de mi tutora de séptimo grado, delgada y con una voz suave y cálida. A menudo decía: «Lo más valioso no es que seas mejor que nadie, sino que hoy seas mejor que ayer». Sus palabras eran sencillas, pero me acompañaron durante mis largos años de crecimiento. Hubo momentos en que fracasé; recordaba su mirada amable, como si me dijera: no te desanimes, da un paso más y mañana será diferente. Luego, mi profesor de Literatura, que tenía la costumbre de permanecer en silencio un buen rato antes de empezar una clase. Decía: «La literatura no es solo para saber, sino para sentir». Fue él quien me enseñó a escuchar, a mirar la vida con ojos llenos de amor. A través de sus escritos, comprendí que detrás de cada palabra hay un corazón. Y quizás sea por eso que amo la literatura, amo las pequeñas y sencillas cosas de la vida.

En aquellos días, cada 20 de noviembre, doblábamos con ilusión tarjetas de papel hechas a mano, escribiendo con esmero: «Les deseo, maestras, mucha felicidad y salud». Ella recibía las tarjetas, sonriendo dulcemente, con los ojos brillantes como el sol. Nosotros solo esperábamos que nos acariciara la cabeza y nos dijera: «Son unos niños muy buenos». Los regalos eran sencillos, sin complicaciones, pero llenos de cariño. Ahora, al recordarlos, me doy cuenta de lo preciosos que fueron aquellos momentos de inocencia.

El tiempo pasa, la vieja escuela se ha deteriorado, pero el sonido de la tiza aún resuena con regularidad cada día. Los maestros siguen allí, en el atril, sembrando en silencio las semillas del conocimiento. No esperan nada a cambio, solo desean que cada estudiante crezca para ser una buena persona. Generaciones tras generaciones se suceden, dejando tras de sí una figura silenciosa que aún observa con firmeza, como un fuego latente que arde en la larga noche.

Hubo momentos en que, sin querer, olvidé esos años. Entre el ajetreo del trabajo y la vida, a veces olvidamos que tuvimos maestros que se dedicaron a nosotros. Pero entonces, cada vez que llega noviembre, con solo escuchar el sonido del tambor escolar en el viento, se me encoge el corazón. Me siento como si volviera a mis días de camisa blanca, viendo al maestro apoyado en la ventana, trabajando diligentemente en la planificación de la clase. Algunos dicen que la docencia es una profesión de "formación de personas". Pero yo creo que los maestros también son quienes "siembran amor". Siembran fe y esperanza en los ojos de cada estudiante. Nos enseñan no solo fórmulas o teoremas, sino también a amar a los demás y a apreciar la vida.

Noviembre ha llegado de nuevo. Flores de gratitud adornan el atril. En silencio escribí en la pizarra: «Bienvenidos al Día del Maestro Vietnamita, 20 de noviembre», pero de repente me tembló la mano. En ese instante, oí el susurro del viento a través de la ventana, como si pudiera escuchar la voz de la maestra susurrando: «Niños, vivan bien».

Y sé que, por mucho tiempo que pase, esas lecciones de amor permanecerán silenciosa y profundamente en el corazón de cada persona.

Tuong Lai

Fuente: https://baodongnai.com.vn/van-hoa/202511/nhung-bai-hoc-yeu-thuong-3610e31/


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