Esta tarde llovió en Hue .
—¿Sigues bebiendo tanto como antes? —preguntó Trinh suavemente.
Hung sonrió, mirando la taza de café negro sin azúcar: "Sí. No hay cambio".
Ya no son jóvenes, pero entre ellos, la atmósfera sigue siendo tan apacible como antes. Ya no es amor. No es anhelo. Es solo una conexión silenciosa, como un hilo invisible que conecta a dos personas que una vez se tomaron de la mano y recorrieron los años más hermosos de su vida estudiantil.
Ilustración: LE NGOC DUY
Hue fue el punto de partida, la tierra fértil donde surgiera el apasionado amor de Hung y Trinh. En aquel entonces, Hung llegó de Quang Tri a Hue para estudiar en la universidad, alojándose en una pequeña y destartalada habitación al pie del puente Vy Da, cerca de la casa de Trinh. Se conocieron por casualidad durante una actividad de la asociación juvenil de la escuela.
Trinh es de Hue, dulce y discreta. Su belleza no es deslumbrante, sino gentil y digna. Su voz es suave, sus ojos amables, sus manos hábiles. Cada mediodía o tarde después de la escuela, Trinh pasa por allí con una lonchera caliente para Hung. Las comidas están llenas de cariño y atención. Trinh es la chica que hace que Hung se sienta seguro en los días inciertos de su juventud.
No se amaban como suele hacerse la gente. Sin promesas, sin dramas. Solo tardes paseando por la orilla del río Perfume, noches lluviosas escuchando la música de Trinh por un viejo altavoz, Trinh apoyando la cabeza en el hombro de Hung, diciendo en voz baja: «De ahora en adelante, vayas donde vayas, recuerda comer y beber bien, ¿de acuerdo?».
Tras graduarse, Hung regresó a Quang Tri para trabajar en una agencia gubernamental. Trinh se quedó en Hue para cursar una maestría. La distancia geográfica, la diferencia en las expectativas familiares, los consejos de los padres de Hung sobre "edades compatibles - edades incompatibles"... debilitaron gradualmente la relación. Nadie se despidió. Solo que los mensajes fueron disminuyendo poco a poco, y la preocupación también se desvaneció con los años. Las llamadas telefónicas también se volvieron silenciosas y distantes.
Una tarde de finales de año, Hung le envió a Trinh un breve mensaje: "Ya no podemos estar juntos. Vive bien".
Trinh leyó esa frase cientos de veces. Esa noche, lloró mucho. Sintió lástima de sí misma, rabia, incluso lo odió. ¿Por qué no lo dijo claramente? ¿Por qué no dijo por qué?
Luego, tras esos días tranquilos, Trinh guardó su tristeza y se marchó con calma. Comprendió que algunas relaciones, en algún momento, tenían que terminar. No por culpa de nadie, sino porque la vida tomó un rumbo diferente.
Dos años después, Trinh se casó. Cuando nació su primer hijo, eligió discretamente el nombre "Nau" para llamarla en casa: el nombre íntimo con el que Hung la llamaba todas las tardes cuando venía de visita, al verla con un suéter marrón y el pelo recogido con un pañuelo marrón claro. Nadie sabía por qué. Solo Trinh comprendió que era su forma de guardar para sí misma un poco de la dulzura de aquella época.
Muchos años después, Hung también se casó. Su esposa era maestra de primaria en la ciudad de Dong Ha, una mujer amable y capaz. Tenía dos hijos, un niño y una niña, que charlaban animadamente todas las tardes después de la escuela. Su vida era estable y tranquila. Era un hombre ejemplar a ojos de su familia y colegas. Pero había momentos de tranquilidad que nadie veía. En las noches lluviosas, se sentaba en silencio a rememorar el pasado, incluyendo los recuerdos de Trinh.
No se comunican a menudo. Pero cuando Trinh necesita ayuda, siempre llama a Hung. Y él siempre ayuda discretamente, como un reflejo natural, para mantener un papel amable en una vida agitada.
A veces, cuando tenía la oportunidad de ir a Hue por trabajo, Hung invitaba a Trinh a tomar un café. No mencionaban el pasado. Simplemente se contaban de sus hijos, su trabajo y su vida cotidiana. Cada uno comprendía: ya no eran el uno del otro. Pero nadie podía negar que el otro era una parte profunda del pasado, imposible de olvidar, imposible de recuperar.
Esta noche, tras regresar de un viaje de negocios a Hue, Hung se sentó junto a la ventana, observando en silencio a sus dos hijos dormir profundamente junto a su esposa. Su esposa era una mujer que soportó y cargó con muchas preocupaciones en silencio. La que lo había acompañado en los momentos difíciles, preocupándose por cada comida y cada sueño.
Suspiró. Su corazón estaba ligero pero también profundo.
El amor es algo que no se mide por lo correcto o lo incorrecto. Existe como parte de la memoria. Como la luna que se ha puesto, pero aún brilla sobre una cálida masa de agua. No me siento culpable. Tampoco siento que tenga que olvidar. Porque todo es puro y vale la pena atesorarlo.
Sonó una llamada. Era Trinh.
- ¿Ya estás en casa?
—De acuerdo. Gracias, Trinh. Hoy llueve muy bien en Hue.
- Sí. ¿Cómo está tu hijo?
Estás creciendo muy rápido. Mi esposa también está bien. Cuida tu salud.
—Sí... vale, me voy a dormir temprano. Saluda a tu hermana y a los niños de mi parte.
La llamada terminó. Hung colgó. Afuera, la lluvia seguía cayendo silenciosamente. Ya no sentía ninguna agitación violenta, solo un flujo largo y profundo que penetraba profundamente en los pensamientos que solía reprimir.
Salió al porche. La noche de Quang Tri era suave y tranquila. El viento soplaba entre los cocoteros del patio trasero. El gato calicó yacía acurrucado a los pies de la silla, respirando con regularidad como un lejano suspiro del tiempo. Diez años... suficientes para que todos los arañazos sanaran y para que lo familiar se volviera extraño.
Con el sonido del viento, Hung comprendió de repente lo que siempre había evitado pensar: la distancia entre el "antes" y el "ahora" no era tiempo, sino satisfacción. Solía pensar que si se volvían a encontrar, habría mil cosas que decir. Pero al final, solo fue: "¿Cómo estás?". Y parece que la madurez llega cuando uno comprende que, a veces, basta con saber que la persona que una vez amó vive en paz. Hay personas que ya no están con nosotros, pero siempre están en nosotros. Como el aroma del arroz tierno en otoño, como el sonido de la campana de la pagoda Thanh Duyen resonando en la tarde de invierno. Suave, serena.
Hung sonrió. Se sintió aliviado en ese momento, como si acabara de cerrar un cajón de recuerdos, sin llave, simplemente empujado con cuidado, dejándolo allí. Limpio y delicado. Trinh seguía siendo parte de su juventud, pero ya no era una preocupación. En medio de una vida ajetreada con la familia, el trabajo y los hijos, a veces esos momentos de silencio le ayudaban a reflexionar sobre su corazón, a ver cómo había vivido y cómo había madurado gracias a viejos amores.
Tran Tuyen
Fuente: https://baoquangtri.vn/giu-lai-mot-chut-dieu-dang-193696.htm
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