Rúben Amorim está luchando por revivir al MU. |
Los verdaderos valores del fútbol –la deportividad , la pasión y la competitividad– están siendo devorados por una máquina comercial impersonal, donde lo que sucede fuera de la cancha es más complejo y caótico que lo que sucede dentro de ella.
La era "post-gráfico"
Sepp Blatter dijo una vez: «El fútbol enloquece». Esta frase nunca ha sido tan conmovedora y profunda. Vivimos en la era de la Premier League, donde las clasificaciones, los puntos y los logros ya no son la única medida del éxito. En cambio, el fútbol se ha convertido en una excusa para tormentas emocionales amorfas, donde tanto la alegría como la frustración se comercializan a fondo.
Al igual que la política en la era de la posverdad, el fútbol ya no se basa en hechos objetivos, sino que se rige por emociones explosivas: rabia amplificada, indignación escenificada y dramatismo. ¿Sigue siendo este el deporte del pueblo o simplemente un juego de poder y dinero en el que nosotros, los aficionados, somos meros espectadores indefensos?
Fíjense en el Manchester United y el Tottenham Hotspur, dos equipos legendarios que ahora se tambalean al borde de la mediocridad. Es absurdo que equipos clasificados en los puestos 4.º y 9.º de la lista de Deloitte de los clubes más ricos del mundo puedan estar jugando tan increíblemente mal, mientras sus entrenadores, Ruben Amorim y Ange Postecoglou, están ocupados concediendo entrevistas de prensa hablando de su futuro en lugar de centrarse en los próximos partidos.
Esto no es un fracaso táctico ni de talento. Es un fracaso de ambición y cultura: una dolorosa demostración de que el dinero no puede comprar alma ni identidad. Estos equipos no solo están perdiendo en la cancha; están perdiendo la batalla por definirse.
El Tottenham Hotspur está en declive. |
¿Puede haber algo más desgarrador que no poder disfrutar del dulce momento de la victoria del Liverpool justo después de proclamarse campeón de la Premier League? El empate 2-2 contra el Arsenal fue más que un simple partido; fue un símbolo de las contradicciones inherentes al fútbol moderno.
El héroe del Liverpool, Trent Alexander-Arnold, fue abucheado por la misma afición que una vez coreó su nombre. No fue una traición, sino una tragedia: la alegría de la victoria apenas se había desvanecido cuando fue reemplazada por exigencias incesantes.
Cuando las emociones de los aficionados se convierten en un producto de consumo diario, ¿hay espacio para la lealtad y la confianza a largo plazo? ¿O hemos convertido involuntariamente los estadios en teatros donde los jugadores son solo actores y cada partido es un simple espectáculo para un público exigente?
El presidente del Nottingham Forest, Evangelos Marinakis, es la personificación perfecta de la arrogancia del fútbol moderno. El historial de su equipo superando las expectativas no ha sido suficiente para apaciguar al enfadado propietario. Su arrebato tras el empate 2-2 contra el Leicester City fue un amargo recordatorio de que, en el fútbol moderno, el éxito no se mide por el progreso, sino por la satisfacción del ego de quienes ostentan el poder.
La transferencia de propiedad de Marinakis a un "fondo ciego" para cumplir con las regulaciones de la UEFA solo resalta aún más la dualidad del fútbol moderno: por un lado, reglas diseñadas para proteger la imparcialidad, por el otro, formas sofisticadas de evadir las reglas que mantienen el poder en manos de aquellos acostumbrados a dominar.
El fútbol ya no es el deporte del pueblo.
La Premier League ya no se trata solo de 22 hombres corriendo tras un balón por el campo. Se ha convertido en una gigantesca máquina mediática y emocional, donde cada gesto de desaprobación de un entrenador, cada rabieta de un aficionado y cada discusión interna se analiza, magnifica y explota al máximo.
El presidente del Nottingham Forest, Evangelos Marinakis (sentado en el medio, camiseta blanca), atrajo la atención en la última ronda. |
En el fútbol actual, ganar es menos importante que la historia que lo rodea. Perder da menos miedo que el silencio y la falta de atención. Esta no es la evolución del deporte; es su metamorfosis: de un juego bonito a una máquina de dramatismo implacable.
Desde los abucheos en Liverpool hasta los fracasos de Manchester United y Tottenham, desde la arrogancia de Marinakis hasta los fanáticos conflictuados, todos son piezas de un panorama más amplio: la imagen de un deporte que está pagando el precio de su propio éxito.
Como dijo con amargura Gareth Farrelly, la «comercialización de la emoción» se ha vuelto fundamental en la Premier League. Ya no somos aficionados, somos consumidores.
El fútbol ya no es un juego, es un producto. Y quizás esa sea la mayor tragedia: cuando las ovaciones en el estadio ya no son los ecos de la pasión pura, sino el sonido de una gigantesca maquinaria económica que opera incansablemente.
En un mundo donde todo tiene un precio, la Premier League ha demostrado que incluso las emociones se pueden comprar y vender. Y eso, quizás, sea lo más aterrador de todo.
Fuente: https://znews.vn/premier-league-hon-loan-post1552978.html
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