
De un viaje sorpresa cuando tenía veinte años
La primera Copa Mundial de Kuper fue en 1990, cuando aún era estudiante. La oportunidad surgió por casualidad: un amigo conocía a alguien que trabajaba para el patrocinador del torneo y que tenía entradas de sobra. Con solo unas palabras de aliento, llevaron su idea a la práctica: se subieron a un autobús, condujeron hasta Dover y luego tomaron un ferry a Italia. Durmieron en un tren abarrotado, cruzaron la frontera en plena noche y tuvieron la suerte de escapar de las sospechas de dos agentes de aduanas...
Ese viaje fue solo para ver fútbol. Pero, sin quererlo, marcó el comienzo de un viaje de experiencias para toda la vida, abriendo a Kuper a una sensación de libertad, audacia y una extraña familiaridad con ciudades que nunca antes había visitado.
Cuatro años después, cuando se celebró el Mundial de 1994 en Estados Unidos, Kuper era reportero del Financial Times y dedicaba la mayor parte de su tiempo a escribir sobre finanzas y divisas. Pero el fútbol siempre parecía encontrar la manera de interferir en su vida.
En Boston, donde vive Kuper, fue a un bar a ver el partido. No era solo un lugar de encuentro para los aficionados al fútbol americano, sino también para inmigrantes de todos los continentes. Entre las ovaciones, experimentó una sensación que ningún libro de finanzas podría transmitir: una conexión instantánea entre desconocidos, un lenguaje común que nadie necesitaba traducir.
El Mundial de Francia 1998 y el punto de inflexión que cambió mi vida

De todos los Mundiales que ha disputado Simon Kuper, el Mundial de Francia de 1998 es un hito inolvidable porque le cambió la vida por completo. La imagen que conserva con más claridad no es la victoria del país anfitrión, sino un almuerzo soleado en el jardín del restaurante Colombe d'Or en Saint-Paul-de-Vence, con sus jóvenes compañeros.
El paisaje francés aparece tan bello como lo imaginan quienes se han enamorado de este país a través de la literatura, la pintura y el cine: luz dorada, muros de piedra, jardines verdes y platos sencillos pero sofisticados...
Viajó de Marsella a Lyon, disfrutando de una bullabesa o una andouillette para "saborear" la cultura local. Los días dedicados al juego y las tardes paseando por la ciudad le ayudaron a comprender el sentimiento que quería vivir para siempre: viajar, escribir, estar en el mundo.
Apenas unos días después del torneo, regresó a la oficina del Financial Times en Londres, anotando los tipos de cambio en su traje, y se encontró con un ambiente inusualmente abarrotado. Así que renunció y se mudó a París, donde aún reside. En retrospectiva, admite que el Mundial de 1998 cambió no solo su carrera, sino también su vida.
Mundos paralelos en el Mundial

Para cuando llegó el Mundial Japón-Corea de 2002, Kuper había iniciado una temporada de ritmo frenético. Estaba en constante movimiento, de ciudad en ciudad, hasta el punto de que a veces se bajaba del tren sin saber dónde estaba. Durante el día, trabajaba diligentemente en el campo y, por la noche, se apresuraba al centro de prensa para entregar sus artículos a tiempo.
Pero también tuvo tiempo de descubrir otro Japón, cuando amigos locales lo llevaron a comer en las calles. Fueron momentos sutiles que le ayudaron a comprender que cada Mundial siempre tiene dos mundos: un mundo acelerado de periodistas y un profundo mundo de cultura local si uno se detiene a observarlo.
Al llegar al Mundial de 2006 en Alemania, donde vivió de joven, Kuper se sorprendió mucho al regresar a su antiguo barrio de Berlín. Antes, era un barrio aburrido y tranquilo, donde los vecinos rara vez se saludaban. Pero durante el Mundial, todo cambió: banderas colgaban en las ventanas, niños corrían y jugaban por las calles, desconocidos entablaban conversaciones como viejos amigos.
El ambiente festivo hizo que Kuper volviera la vista al cartel de la calle para asegurarse de que estaba en el mismo lugar. Y comprendió que el Mundial no solo podía transformar un país en televisión, sino también revitalizar un barrio común.
Brasil 2014: Cuando el Mundial abre la parte más hermosa del mundo

Si hubo un Mundial que más conmovió a Kuper, fue Brasil 2014. Una tarde, flotando en una piscina en Brasilia tras la victoria de Países Bajos sobre México, oyó el canto de los pájaros contra el cielo azul y vio a sus amigos chapoteando. En ese momento, pensó: «Este es probablemente el Mundial más bonito que he vivido».
Paseos matutinos por las playas de Río, pies en la arena y un refresco de coco en un pequeño bar antes de volver al ritmo frenético del trabajo, conformaban la imagen perfecta del fútbol y la vida. Para él, Brasil era una explosión de emoción, generosidad humana y belleza tropical que convertía el Mundial en algo casi sagrado.
Sudáfrica 2010: Un recuerdo no futbolístico

De todos los recuerdos que tiene Kuper, el Mundial de Sudáfrica 2010 es el único que está conectado emocionalmente con la familia. Fue allí donde visitó a su abuela de 92 años, quien sabía que no viviría mucho más. Ella le dijo que si moría durante el Mundial, solo necesitaría un funeral sencillo. El día que estaba a punto de subir al avión de regreso a Europa (el día de la final), bromeó: "Si te vas, aún te quedan diez horas para llegar al Mundial". Ella sonrió y le dijo que no estuviera triste. Unos meses después, su abuela falleció.
Para Kuper, este es el único Mundial que deja una profunda tristeza, pero también le recuerda que los viajes, sean relacionados con el fútbol o no, siempre van de la mano con la vida real de cada persona.
Qatar 2022: Un mundo en miniatura en un tren

De cara a la novena edición (Qatar 2022), Kuper encuentra que el Mundial actual es muy diferente al de la década de 1990. Pero hay algo que sigue siendo igual: los pequeños momentos a lo largo del camino.
En Doha, cada viaje en metro se convierte en un "país provisional", donde asiáticos se reúnen con africanos, aficionados europeos cantan a viva voz junto a una silenciosa familia de Oriente Medio. El olor a sudor, la música alta a la una de la madrugada tras una derrota y las charlas informales entre desconocidos crean una imagen vívida que ningún estadio puede recrear...
Al recordar nueve Mundiales disputados en cuatro continentes, Kuper se da cuenta de que, para él, el Mundial es un tipo especial de diario de viaje: no un viaje planeado, sino una serie de sorpresas. Le da una razón para ir, para observar, para comprender que el mundo es vasto, pero que puede capturarse en un tren o en un bar.
Y por eso, aunque su trabajo y su vida han cambiado, Kuper sigue creyendo que cada cuatro años volverá a preparar su mochila y a emprender el camino. Porque para él, el Mundial siempre ha sido una forma de ver el mundo y de reflexionar sobre sí mismo.

El deporte va de la mano con el turismo
Fuente: https://baovanhoa.vn/the-thao/nhat-ky-cua-cay-but-ky-cuu-simon-kuper-186076.html










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