La distracción de la atención : la enfermedad de la época
La charla comenzó. El orador subió al escenario; las luces brillaban, pero abajo, lo más brillante seguían siendo cientos de teléfonos. Algunos navegaban en redes sociales, otros grababan su "check-in", otros simplemente esperaban el pase de lista. Al terminar la sesión, muchos se marcharon de inmediato, sin recordar el nombre del orador. La sala estaba llena, pero el conocimiento permaneció intacto.

El orador subió al escenario, las luces eran brillantes, pero abajo lo más brillante seguían siendo cientos de teléfonos móviles.
Foto: TN creada por Gemini
Esta escena ya no es extraña en el entorno universitario. La generación actual de estudiantes vive en un mar de información, con sus teléfonos como un objeto inseparable. El teléfono se ha convertido en una "ventana al mundo ", pero también en un muro invisible que aleja gradualmente a los jóvenes de la realidad que tienen ante sus ojos.
Según la encuesta Exploding Topics 2025, una persona promedio revisa su teléfono unas 58 veces al día . Según el informe Digital 2024: Vietnam de DataReportal (We Are Social), el usuario vietnamita promedio pasa unas 6 horas y 18 minutos al día conectado a internet, de las cuales 2 horas y 2,5 minutos en redes sociales , y casi el 95,8 % accede a través de su smartphone . Cada toque de pantalla es una interrupción. Ya no prestan atención profunda a nada durante el tiempo suficiente; la concentración se fragmenta a lo largo del día.
La mentalidad multitarea hace que muchos estudiantes crean que pueden escuchar a un orador y actualizar su información personal al mismo tiempo. Pero, de hecho, la investigación psicológica demuestra que cuando el cerebro tiene que dividir su atención entre múltiples tareas: escuchar, navegar por internet, enviar mensajes de texto, la efectividad de cada tarea se reduce considerablemente. De esta manera, el oyente se convierte en un observador pasivo, sin absorber realmente el contenido.
Además, la expectativa de una charla a veces no es la misma. Si el contenido no es nuevo ni se relaciona con la realidad de su carrera o vida personal, los estudiantes fácilmente lo sienten como algo "normal", como algo que han escuchado muchas veces. Cuando les gusta la velocidad, buscan contenido breve y rompedor, no charlas largas con secciones teóricas. Con el tiempo, este comportamiento se convierte en un hábito: poner el teléfono frente a ellos al entrar en la sala, preparar una "pantalla secundaria", pero no prepararse para escuchar. Al comenzar la charla, activan una barrera invisible, la pantalla, que obliga al orador a acercarse con tono, mirada e interacción, no solo a través de la diapositiva.
Muchas universidades invierten en organizar charlas, seminarios profesionales e invitar a oradores prestigiosos con la esperanza de inspirar a los estudiantes a aprender.
Foto: My Quyen
La indiferencia no se debe a la falta de cuidado, sino a la costumbre de recibir estímulos rápidos.
Los jóvenes de hoy no son perezosos para estudiar, simplemente viven en un mundo programado para dificultarles la concentración. Las redes sociales, los videos cortos, la publicidad, los juegos: todo está diseñado para mantener la vista ocupada y engancharlos con una estimulación rápida, intensa y continua. Sus cerebros están acostumbrados a la sensación de gratificación instantánea. Un video de más de 60 segundos se considera lento. Un discurso que tarda 5 minutos en llegar al punto principal se considera aburrido. Cuando el mundo exterior funciona a alta velocidad, sentarse a escuchar a alguien hablar a un ritmo lento, con largas discusiones, fácilmente les hace sentir faltos de energía. En lugar de esperar, abren sus teléfonos, donde miles de contenidos los invitan. La indiferencia, por lo tanto, no proviene de la apatía, sino de la sobreestimulación.
No odian el conocimiento, solo que ya no les resulta lo suficientemente atractivo en un mundo con tantas opciones. Pero el verdadero conocimiento nunca se consume rápidamente. Requiere tiempo para absorberlo, silencio para comprenderlo y humildad para recibirlo. Lo preocupante es que, si este hábito persiste, no solo perderán la capacidad de aprender profundamente, sino también la de percibir, una cualidad esencial del aprendiz. Cuando no pueden escuchar a los demás, poco a poco olvidan cómo escucharse a sí mismos.
Reaprender a estar presente y escuchar
No podemos pedirles a los jóvenes que regresen a la época en que no había teléfonos. Pero sí podemos recordarles que la tecnología no sustituye la presencia. Una conversación solo es verdaderamente valiosa cuando quien escucha se detiene, levanta la vista y escucha con curiosidad, respeto y apertura. Escuchar parece simple, pero es una de las habilidades más importantes del aprendizaje. Un buen oyente no solo recibe información, sino que también tiene la capacidad de hacer preguntas, conectar, criticar y crecer.

Los jóvenes viven en un mundo programado para dificultarles la concentración. Las redes sociales, los videos cortos, la publicidad y los juegos están diseñados para mantener la vista fija y crear adicción con una estimulación rápida, intensa y continua.
Foto: TN crea Gemini abierto
Sin embargo, en muchas aulas actuales, la escucha está desapareciendo. No porque los estudiantes no respeten a quienes hablan, sino porque sus cerebros se han acostumbrado a la estimulación instantánea. Cuando no ocurre nada nuevo durante unos segundos, la atención se desvía del presente. Lo que no saben es que esta falta de concentración no solo les hace perder la lección, sino que también reduce gradualmente su capacidad de percepción. Sin escuchar, no pueden comprender profundamente; sin comprender profundamente, no pueden crear. Y cuando esto sucede con frecuencia, pierden una importante capacidad adulta: la capacidad de concentrarse y comprender.
Los teléfonos inteligentes ayudan a los estudiantes a conectarse con el mundo, pero también los distancian de la persona que habla frente a ellos. Cada vez que apartan la vista de la pantalla, ven otro mundo, un mundo de comunicación, de historias, de experiencias vitales contadas con auténticas emociones. La escuela, el profesor o el orador pueden hacer bien su parte: organizar, compartir, inspirar. Pero el conocimiento solo se transmite cuando el oyente realmente lo recibe. Y recibir aquí no se trata de pasar lista, sino de la plena presencia mental.
Cuando los estudiantes levantan la vista de sus pantallas, cuando escuchan con los ojos y los oídos, incluso una simple conversación puede convertirse en una lección poderosa. No necesitamos más seminarios, necesitamos más oyentes: personas con ganas de comprender, aprender y cambiar.
Fuente: https://thanhnien.vn/vi-sao-sinh-vien-tho-o-voi-nhung-buoi-noi-chuyen-bo-ich-18525101312000821.htm
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