En el mundo digital, tu identidad ya no la determina tú, sino tu dispositivo.
Las huellas dactilares, los rostros y las voces fueron en su día las marcas inconfundibles de todo ser humano. Pero a ojos de las máquinas, ahora son solo conjuntos de datos: puntos de medición, coordenadas, secuencias estadísticas.
El sistema de reconocimiento biométrico del dispositivo no almacena la foto original ni la huella dactilar real del usuario. En su lugar, extrae una plantilla de características. Cambiar el ángulo de la cara, la iluminación, el peinado o incluso fruncir el ceño ligeramente puede hacer que el dispositivo lo rechace.
En el mundo digital, ya no eres de carne y hueso. Eres una copia de datos. Y si esa copia se desvía, aunque sea mínimamente, te conviertes en un extraño.
La conveniencia viene con la sospecha por defecto
¿Por qué después de apagarlo, actualizar el software o quedarse sin batería, el dispositivo no me deja desbloquear con huella dactilar o rostro?
Esta es una regla de seguridad predeterminada en los sistemas operativos modernos. Tras cada reinicio, el sistema asume que el dispositivo podría haber sido manipulado y, por lo tanto, desactiva temporalmente la autenticación biométrica.
Solo se aceptan cifrados clásicos para desbloquear. Así es como las máquinas mantienen el principio de "confianza cero": no confían en nadie, ni siquiera en sus propios dueños.
La biometría abre un mundo de comodidad: con solo una mirada, un dedo puede desbloquear el teléfono, pagar y acceder a la billetera electrónica. Pero esto conlleva un riesgo irónico: si la máquina no te reconoce, quedarás excluido de tu propio mundo.
Según los comentarios de muchos usuarios, incluso pequeños cambios como usar mascarilla, cambiar de peinado, usar maquillaje intenso o poca luz son suficientes para que la cámara biométrica no pueda reconocer el rostro. En ese momento, todo, desde teléfonos hasta bancos digitales y tarjetas de identificación electrónicas, se convierte repentinamente en una puerta cerrada, incluso si la persona que está frente a él es el titular.
¿Quién eres si la máquina ya no te reconoce?
La delgada línea entre seguridad y control
Nadie niega la importancia de la seguridad. Pero cuando esta se convierte en una barrera que permite que las personas tengan sus propias identidades controladas por dispositivos, surge un extraño círculo vicioso: para vivir en el mundo digital, es necesario estar autenticado; pero para estar autenticado, es necesario ser "aprobado" por las máquinas.
Creamos dispositivos a nuestro servicio. Pero, cada vez más, esas mismas máquinas deciden cuándo se confía en nosotros y cuándo se duda de nosotros.
Las huellas dactilares, los rostros y los códigos no son realmente tú. Pero sin ellos, ya no te reconocen como tal, al menos no a los ojos del teléfono que llevas contigo.
En un mundo donde la identidad son solo datos, “quién eres” ya no lo defines tú, sino tu dispositivo.
Y para confirmarlo, hay que demostrarlo. No solo una vez, sino siempre.
Porque en el espacio digital, la confianza nunca está garantizada. Debe codificarse, verificarse y comprobarse con cada toque, cada mirada, cada secuencia de números.
Fuente: https://tuoitre.vn/trong-mat-thiet-bi-ban-la-van-tay-khuon-mat-mot-day-ma-so-20250625155415971.htm
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