Se graduó de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Ciencias de Hue. Durante su época de estudiante, destacó como escritora en concursos literarios, periódicos murales y revistas estudiantiles. Cada historia que contaba tenía alma, como si estuviera imbuida de una vitalidad especial que no todos los que tienen un bolígrafo poseen. Tras graduarse, decidió quedarse en Quang Tri, una tierra donde no es fácil trabajar en periodismo. No tan bulliciosa ni vibrante como una gran ciudad, pero el silencio de este lugar es terreno fértil para escritores sensibles e influyentes.
Al principio, trabajó como colaboradora para varios periódicos especializados. El trabajo era inestable, con regalías a veces recibidas y a veces no, pero perseveró. Se suele bromear diciendo que el periodismo en una provincia pobre como Quang Tri es una profesión de "vender palabras para ganarse la vida, vender el corazón para ganar lectores". Pero para ella, las palabras no son solo una forma de ganarse la vida, sino también una forma de expresar el alma, una preocupación por la injusticia y la paradoja de la sociedad. Eso es lo que la ha ayudado a consolidarse en el mundo del periodismo, con artículos agudos, multiperspectivos y emotivos.
Recuerdo la serie de artículos de investigación que realizó sobre vehículos sobrecargados que destruían caminos rurales. Vigiló en secreto durante meses, desde enterarse de los daños en las carreteras hasta infiltrarse en los centros de transporte, aprendiendo cómo "evadían la ley". La serie de artículos publicados causó gran revuelo, fue muy apreciada por los lectores y obligó a las autoridades a intervenir para rectificar la situación. Gracias a ello, ganó un importante premio en el premio provincial de prensa, uno de los logros más memorables de su carrera. Pero tras el certificado de mérito, tras el halo de gloria, se escondían días tranquilos, llenos de luchas entre mantener la pasión por la profesión y la impredecible vida de una reportera sin personal ni apoyo estable.
Pasó por muchos periódicos, cada uno en una etapa diferente, una trayectoria distinta. Hubo un tiempo en que parecía estable, pero luego los cambios de personal, el modelo operativo y el presupuesto cada vez más ajustado para las actividades de prensa... la sumieron en una espiral de incertidumbre. Una vez, se sentó conmigo en una pequeña cafetería junto al río Thach Han, con la mirada pensativa: «Las palabras son mi carne y mi sangre, pero... la sangre fluye eternamente y finalmente se seca». No supe qué decir, salvo un suave apretón de manos.
Un día, decidió dejar el periodismo y regresar para ayudar a su familia a administrar un bar. Sus familiares y amigos se sorprendieron al principio, pero luego comprendieron que, en algún momento de la vida, la vida aún exige decisiones discretas para sobrevivir. Ya no tiene carné de prensa, ya no corre a los escenarios, pero aún conserva la agilidad, el ingenio y la destreza de antaño. El bar que posee siempre es acogedor, limpio, la comida es deliciosa y los clientes vienen y quieren volver.
Curiosamente, su tienda se convirtió poco a poco en un punto de encuentro para periodistas. Todas las tardes, después del trabajo, viejos colegas se reunían, tomaban una cerveza y charlaban sobre un tema nuevo, sobre un asunto social de actualidad. Ella se sentaba allí, entre las historias profesionales, como si estuviera al tanto, sin poder ocultar la alegría cuando alguien le contaba sobre un nuevo artículo que acababa de publicarse y ser compartido por los lectores.
Una vez, en medio de aquella animada conversación, alguien le preguntó: "¿Alguna vez te arrepientes?". Ella sonrió, tan leve como un suspiro: "No, no me arrepiento. Porque sigo viviendo en el corazón de la profesión, aunque ya no escriba". Esa afirmación densificó el ambiente, como si alguien acabara de encender una vela en la habitación familiar. Su amor por el periodismo nunca había muerto; simplemente había elegido otra forma de estar presente: en silencio, con paciencia y aún llena de entusiasmo.
A menudo le decía: «Aunque ya no escribas, sigues siendo periodista, porque mantienes tu amor por el periodismo como una convicción». Y ella sonreía, con los ojos brillantes de una suave tristeza: «El periodismo forma parte de mi vida».
Llegó el 21 de junio. Se entregaron ramos de flores, se anunciaron premios y se escucharon palabras de agradecimiento para los periodistas en numerosos foros, grandes y pequeños. De repente, me acordé de ella: aquella que siempre ha sentido el mundo del periodismo en su corazón. Personas como ella, aunque discretas, son el alma honesta y entusiasta de la comunidad periodística. No todos los que sostienen una pluma están destinados a vivir con la profesión toda la vida. Pero quien haya vivido con la profesión como un gran amor, siempre será parte de ella: sin nombre ni título, pero muy real, muy profundo.
Me imagino que, una tarde, cuando jóvenes colegas recién graduados sueñan con su primer premio de periodismo, en su pequeño taller resuena la risa de los periodistas. En ese espacio, el periodismo ya no es algo elevado ni distante, sino una vida sencilla, asociada al sudor, a compartir e incluso a sacrificios silenciosos.
El viento de junio aún sopla. Y en mi corazón, la imagen de la reportera de aquel día sigue ahí, como una pequeña llama ardiendo en medio de un bar ruidoso. Una llama de palabras, de ideales, de amor que nunca se apaga...
Tran Tuyen
Fuente: https://baoquangtri.vn/van-con-mot-tinh-yeu-o-lai-194486.htm
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